24 de diciembre (Misa de media noche).
Zacarías había anunciado al «astro que nace de lo alto» (Lc 1,78), contrapuesto al sol, que «sale» en el horizonte, de abajo. Esto significa que la humanidad recibe una luz procedente de Dios, el Altísimo (cf. Lc 1,76), su nombre universal. Esta luz viene a iluminar «a los que están en tiniebla y en sombras de muerte» (Lc 1,79). En congruencia con dicha profecía, Jesús nace en la «noche» del pueblo y de toda la humanidad (cf. Lc 2,8); esta «noche», más que un dato cronológico, es un dato teológico, es descripción metafórica de la situación en la que se encuentra la humanidad que Jesús viene a «visitar».
Lc 2,1-14.
El nacimiento de Jesús manifiesta que Dios es el señor de la naturaleza y de la historia, que Jesús su Hijo por excelencia, y que él, como Padre, ama a la humanidad entera.1. Antes del nacimiento.Que Dios es señor de la historia, lo muestra Lucas haciendo ver cómo hechos tan irrelevantes como las decisiones administrativas de un gobierno pagano pueden favorecer la realización del designio divino. Un censo del imperio, cuya finalidad es apuntalar la opresión, servirá para que Jesús nazca contado entre los ciudadanos del mundo (uno entre los hombres) y súbdito del imperio (uno entre los oprimidos). El suyo será un nacimiento histórico y en circunstancias políticas complejas. Nacerá en Belén, pero un decreto del imperio favorecerá el cumplimiento de una profecía. El emperador parece tener la iniciativa y el control de todo: José acata el decreto y lleva a María; esta, a su vez, lleva a Jesús. Sin embargo, es Dios el protagonista invisible de toda la acción, prevista y anunciada por él desde mucho antes. También los ritmos biológicos (la naturaleza) se ponen al servicio del designio divino: «se le cumplieron los días de alumbrar». La irrupción de Dios no violenta la realidad de la naturaleza ni de la historia. Se inserta en ellas con toda naturalidad. Así ejerce él su señorío.2. El nacimiento.Jesús nace como «el hijo de ella», refiriéndose a María, y como «el primogénito» (en relación con Dios): hijo de mujer e hijo primogénito de Dios. El hecho de envolverlo en pañales es signo de responsabilidad materna y de amorosa acogida; eso se hace con todos los mortales, incluidos los reyes (cf. Sab 7,4). El hecho de recostarlo en un pesebre, lugar del buey y del burro (cf. Lc 13,15), evoca la queja del profeta Isaías (1,3): «Conoce el buey a su amo, y el burro el pesebre de su dueño; Israel no conoce, mi pueblo no recapacita». El Mesías ha sido relegado al mayor grado de exclusión de la sociedad, «porque no había lugar para ellos en la posada». «La sierva del Señor» lo acoge con solicitud, la convivencia social lo excluye con indiferencia.3. Después del nacimiento.El narrador vuelve la mirada en torno. Si Jesús nació como excluido, está rodeado de ellos. Los más cercanos son unos pastores, que no gozaban de estima ni de derechos, por su cercanía con los animales. Ellos son testigos del paso de las oscuras horas de la noche, porque se turnan para observarlas; esto significa que son conscientes, como nadie, de la situación de opresión que vive el pueblo (la «noche»). A ellos, en primer lugar, se dirige el mensaje, en términos de noche de pascua, por medio del ángel del Señor. Ellos sienten miedo, porque siempre les han dicho que Dios los detesta, igual que la sociedad que los excluye. Pero el mensaje es categórico: nada de temor, de Dios solo procede la alegría. Les anuncia el comienzo de la nueva era de la humanidad, el «hoy» de la nueva historia. Jesús es presentado como salvador, es decir, comunicador de vida, y, en cuanto tal, es Mesías, para los judíos, y Señor, para el resto de la humanidad, es decir, el que hace libres a hombres y pueblos. La «señal» para identificarlo es paradójica, «contradictoria» (Lc 2,34): un niño común y corriente, pero pobre y excluido. El cielo estalla de alegría, los ángeles alaban a Dios (cf. Lc 10,21: la alegría del Espíritu Santo). Cielo y tierra se unen en este nacimiento: Dios se cubre de gloria con tan sorprendente y magnifica manifestación de generosidad; la tierra se llena de paz, y los seres humanos sienten que ellos son del agrado de Dios, que es mentira que él los rechace. La luz del cielo no solo iluminó la noche, sino que reveló la vedad de Dios y de la historia humana. La celebración del nacimiento del Señor nos lleva más allá del convencionalismo social de las efemérides, para situarnos en el ámbito del misterio. En efecto, lo que celebramos no es un cumpleaños; de hecho, no celebramos una fecha, sino un acontecimiento, un hecho salvífico: la encarnación de Dios. Los aditamentos culturales y folclóricos, en sí legítimos, deben ponerse al servicio de la proclamación y de la celebración del misterio, no deben opacarlo ni, mucho menos, sustituirlo. Los cristianos hacemos bien cuando cuidamos de que los símbolos y las expresiones artísticas (música, canto, teatro, pintura, etc.) revelen el misterio en vez de velarlo u opacarlo. Las costumbres y las culturas pueden ponerse al servicio del mismo.Sobre todo, hay que mantener vivo el hecho de que el tiempo de adviento nos sirve para que, en el «nacimiento sacramental» de Jesús en la eucaristía, encuentre acogida en el corazón de cada cristiano como lo acogió María aquella noche en Belén.
¡Feliz Navidad!