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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sábado de la II Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Lectura del segundo Libro de Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16

La palabra del Señor llegó al profeta Natán en estos términos: “Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: Cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Él edificará una casa para mi Nombre, y Yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre”.

SALMO RESPONSORIAL  88, 2-5, 27. 29.

R/. Su descendencia permanecerá para siempre.

Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque Tú has dicho: “Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo”.

Yo sellé una Alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor: “Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones”.

Él me dirá: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Le aseguraré mi amor eternamente, y mi Alianza será estable para él.

SEGUNDA LECTURA

Esperando contra toda esperanza, creyó.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 4, 13. 16-18. 22

Hermanos:

La promesa de recibir el mundo en herencia, hecha a Abraham a su posteridad, no le fue concedida en virtud de la Ley, sino por la justicia que procede de la fe.

Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe. Porque él es nuestro padre común como dice la Escritura: “Te he constituido padre de muchas naciones”. Abraham es nuestro padre a los ojos de Aquél en quien creyó: el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: “Así será tu descendencia”. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO   Sal. 83, 5.

¡Felices los que habitan en tu Casa, Señor, y te alaban sin cesar!

EVANGELIO

José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a.

Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

Éste fue el origen de Jesucristo:

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo, no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de sus pecados”.

Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

19 de marzo.
Solemnidad de San José.

El nombre hebreo José (יִוֹסֵף ,יְהוֹסֵף) procede de una combinación de la abreviación del nombre divino (יָהּ) con el verbo «añadir» (יסף) y significa «el Señor añada (otro hijo)» (cf. Gen 30,24). Al parecer, originariamente era nombre de primogénito o unigénito. Como nombre del esposo de María, la madre de Jesús, aparece 14 veces en el Nuevo Testamento (7 en Mt, 5 en Lc y 2 en Jn).
En Mateo aparece asociado a la figura del patriarca homónimo (Dios se le revela en sueños) y personificando al israelita fiel que se siente perplejo ante las figuras de Jesús y María, Jesús como Mesías, y ella como personificación de la comunidad cristiana. En Lc aparece como el garante de la ascendencia davídica de Jesús, pero solo de manera legal, y carece de todo papel activo en la narración. En Jn aparece como entronque de Jesús en la historia del pueblo, pero afectado por un cierto escepticismo, dado que los que creen conocerlo no perciben su condición de «Hijo de Dios». En Mc no se lo menciona, omisión que enfatiza la paternidad de Dios respecto de Jesús.

1. Primera lectura (2Sam 7,4-5a.12-14a.16).
Los planes del rey David, apresuradamente aprobados por el profeta de la corte, tienen que ser rectificados por la revelación del Señor a dicho profeta. La «noche» en la que el Señor se le revela a Natán puede aludir o a un «sueño» del profeta o a la confusión en la que se encuentran el rey y el profeta con respecto del designio del Señor (cf. 7,1-3, omitido).
Después de aclararle al rey que ni el Señor quiere una casa (nunca la ha pedido), ni es el rey quien le va a construir una «casa» (templo) al Señor, sino al contrario, ha sido el Señor quien ha venido dándole una dinastía al rey, el Señor le promete a este un descendiente legítimo que consolidará perpetuamente su trono real. La relación del Señor con dicho rey será como la de un padre con su hijo. Esta es una confirmación de la promesa hecha por el Señor a Abraham, pero con la novedad de la condición real del descendiente y de la relación paternal del Señor con el mismo. El oráculo está retocado para señalar a Salomón (por eso el leccionario omite los vv. 14b y 15), aunque incluye el v. 13, no tanto por el anuncio de la construcción del templo como por el de la consolidación perpetua de su trono real.
La «casa» (estirpe) y el «reino» (pueblo) de David quedan predestinados a perdurar siempre en el designio del Señor, y se le anuncia que su «trono» (gobierno) también permanecerá por siempre. La promesa se concreta, pues, en «una descendencia» –no un solo descendiente– de David, como en otro tiempo le fue prometido a Abraham (cf. Gén 12,7; 15,18; 17,7-10), que se constituirá en un «reino» que perdurará en presencia del Señor. El «trono», en cambio, tiene promesa de durar por siempre y de forma absoluta. Esta promesa es análoga a la hecha a Abraham, y la concreta a partir de la experiencia del reinado de David, el cual fue iniciativa de Dios, aunque el mismo rey no lo haya advertido y en algunas circunstancias hubiera procedido como si fuera iniciativa suya.

2. Segunda lectura (Rom 4,13.16-18.22).
El apóstol aclara que la promesa hecha a Abraham y a su descendencia, la de heredar el mundo, no fue en virtud de la observancia de la Ley (que aún no existía) sino en virtud de la rehabilitación obtenida por la fe; o sea, el cumplimiento de la promesa no depende de la observancia de la Ley, sino de la voluntad soberana de Dios. Por tanto, es una promesa gratuita, no condicionada por méritos de los beneficiarios, y así queda asegurado su cumplimiento no solo para los observantes de la Ley, sino igualmente para los que siguen la fe de Abraham, que se convierte así en «padre» (o sea, antepasado común y ejemplo de vida) tanto para los israelitas como para los paganos, es decir, para «todos los pueblos» (Gén 17,5).
Abraham –cuando se encontró con el Dios que da vida rompiendo las cadenas de la muerte– creyó que él muestra su amor por la humanidad rompiendo los determinismos que aprisionan al ser humano; por eso él le dio su adhesión de fe a Dios cuando no había esperanza de vida, y por eso Dios lo hizo «padre de todos los pueblos». Esta paternidad no es biológica, obviamente, sino espiritual; el patriarca se convirtió en modelo de creyentes al darle crédito a la promesa de Dios a pesar de las evidencias físicas, porque confió en él y en su capacidad de dar vida, cumpliendo así lo que prometía. El concepto de paternidad se ensancha admirablemente en Abraham.
Esa es precisamente la razón por la que su fe le valió la rehabilitación ante el Señor.

3. Evangelio (Mt 1,16.18-21.24a).
Después de repetirse 39 veces el verbo «engendrar» (γεννάω), la 40ª vez, que corresponde a la generación del Mesías, se da un hecho sorprendente: el verbo se predica de una mujer («…María, de la que fue engendrado Jesús, llamado el Mesías») en vez de predicarse de José, que es el primer sorprendido con esta actuación divina. La virginidad de María es afirmación neta de la paternidad exclusiva de Dios en relación con Jesús.
José, a pesar de su inquebrantable fidelidad a la Ley, tiene que dar el salto de la fe y admitir que el Espíritu Santo ha intervenido para crear un hombre nuevo. Esta fe es como un éxodo personal para él, éxodo que se manifiesta en el hecho de salir de las categorías de la Ley de Moisés para acoger a María y a Jesús como cumplimiento de la promesa de Dios. No es fácil para él –como no lo es para nadie– entender y aceptar esta intervención de Dios. Le resulta más fácil pensar en retirarse de la escena, dado que no entra en sus planes infamar a María. El amor por ella rebasa su fidelidad a la Ley. Entra así en una nueva visión: la justicia del amor por sobre la justicia de la Ley de Moisés (cf. 5,20). Y, por eso mismo, entra en el «reino de los cielos».
Esta nueva visión le permite abrirse al mensaje liberador del Señor por fuera de la Ley de Moisés («el ángel del Señor») y conocer por revelación divina el secreto («misterio») de la maternidad de María y de la realidad divina de Jesús y su misión. Y, al mismo tiempo, José deberá «ponerle un nombre» a esta novedad («le pondrás de nombre Jesús»), reconociendo la intervención liberadora y salvadora del Señor por medio de su Espíritu Santo («salvará a su pueblo de los pecados»).
La fe de José se manifiesta en que, contra todo pronóstico legal y cultural, acoge el mensaje del ángel del Señor llevándose a su casa a María con un niño que no es hijo suyo. Rompió también los determinismos biológicos, legales y culturales para manifestar amor y abrirle paso a la vida.

3. Evangelio (Lc 2,41-51a).
José y María cumplen su misión parental con toda normalidad, según lo establecido por la Ley y las costumbres de su pueblo. Jesús todavía no había cumplido la edad de su autonomía legal, y los reconocía como progenitores para efectos de crianza. Pero desde antes de su reconocimiento legal comienza a dar señales de autonomía personal.
Cuando se supone que todo marcha como debiera, no se advierte la acción de Dios en la historia. El «niño» (cf. 2,17.27.40) se convirtió en un «joven» (2,43) «sin que lo advirtieran», e hizo uso de su autonomía, para desconcierto de todos, José y María, sus parientes y sus conocidos.
Jesús se ha quedado en una de las escuelas del templo, escuchando y cuestionando a los maestros del pueblo. Cuando ellos lo interrogaban, sus respuestas mostraban no solo conocimiento de la tradición de Israel, sino su postura crítica frente a la misma. A todos los dejaba desconcertados e impresionados. Desconcertados, por no poder replicarle; impresionados, por su sabiduría.
Es su madre (sin nombre) la que le reprocha su comportamiento con ella y con el que ella llama «tu padre». La «madre» personifica la nación; el «padre», la tradición. Jesús se ha distanciado de ambos, manifiesta hacia ellos una actitud crítica, y eso los angustia. Jesús puntualiza que su Padre (su modelo de conducta) es Dios, y que, al ocuparse de la interpretación que le dan a la Escritura y a la tradición, él está ocupándose de los asuntos de ese Padre. Ellos no comprenden por qué Jesús se distancia críticamente de la tradición, pero –por otra parte– él regresa a su hogar y sigue subordinado a ellos como hijo de familia.
José queda públicamente notificado de que Jesús no lo reconoce como «padre», aunque esto sea lo que piensen sus conciudadanos (cf. 3,23), quienes luego se darán cuenta de que, en efecto, él –con su apertura universal y su comprensión de la Escritura– no parece que sea «el hijo de José» (cf. 4,22). No debe de ser fácil criar un hijo más parecido a Dios que a uno.

El cumplimiento de la promesa hecha a David solo se da plenamente en Jesús, pero no de manera genética ni legal. En efecto, Jesús no es «hijo» de José, y tampoco hereda el trono de David, sino que el Señor Dios se lo da (cf. Lc 1,32-33). La fe que hace posible el cumplimiento de la promesa es una fe audaz, que se atreve a esperar que se cumpla lo que, aparentemente, no hay esperanza humana de que así suceda. La fe de José imita la acción liberadora y salvadora de Dios cuando, por amor, decide ir más allá de la Ley y acoger al que ha de salvar al pueblo de sus pecados, por más que las apariencias sugieran que ese salvador es fruto de un pecado, a causa de la presunta inobservancia de la Ley por parte de María. José le cree a Dios, en contra de todas las evidencias. La fe de José se vuelve escucha, incluso si resulta difícil comprender los hechos. La libertad de Jesús con respecto de la tradición de Israel lo angustia, pero reconoce que no es dueño de Jesús, y deja que Dios actúe, respetando la libertad de ese «joven» que llama a Dios Padre suyo.
La comunión con Jesús no es fácil cuando se tiene apego a los propios principios y a las propias leyes y costumbres. José era un hombre «justo», de principios, y de moral muy arraigada en las tradiciones de su pueblo. La entrada de Jesús en su vida le cambió su mundo y sus valores. Pero José se fio de Dios aceptando a Jesús. Así también nos corresponde darle nuestra adhesión a Dios aceptando su Hijo y cambiando nuestras costumbres y nuestras tradiciones para recibirlo en nuestras vidas.

Detalles

Fecha:
19 marzo, 2022
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