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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sábado de la sexta semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Apolo demostraba por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles    18, 23-28

Después de haber permanecido un tiempo en Antioquía, Pablo partió de nuevo y recorrió sucesivamente la región de Galacia y la Frigia, animando a todos los discípulos.

Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Era un hombre elocuente y versado en las Escrituras. Había sido iniciado en el Camino del Señor y, lleno de fervor, exponía y enseñaba con precisión lo que se refiere a Jesús, aunque no conocía otro bautismo más que el de Juan Bautista.

Comenzó a hablar con decisión en la sinagoga. Después de oírlo, Priscila y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino de Dios. Como él pensaba ir a Acaya, los hermanos lo alentaron, y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible.

Desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquéllos que habían abrazado la fe, porque refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.

SALMO RESPONSORIAL    46, 2-3. 8-10

R/. ¡El Señor es el Rey de toda la tierra!

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones, el Señor se sienta en su trono sagrado.

Los nobles de los pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham: del Señor son los poderosos de la tierra, y Él se ha elevado inmensamente.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO     Jn 16, 28

Aleluya.

Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre. Aleluya.

EVANGELIO

El Padre los ama, porque ustedes me aman y han creído.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   16, 23b-28

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá.

Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.

Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que Yo ruegue al Padre por ustedes, ya que Él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que Yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo.

Ahora dejo el mundo y voy al Padre.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El Espíritu es «Santo» por proceder del «Padre Santo» (Jn 17,11) y por introducir en la esfera divina («santificador»).
Una de las tentaciones que menos se reconoce es la de hacer a un lado el designio de Dios para realizar uno propio. Jesús insiste en que él bajó del cielo para realizar el designio del que lo envió, no uno propio y diferente. A veces, la educación que uno recibe desde la infancia, y el influjo de la propia cultura, pueden inducirlo a realizar el propio designio pensando –incluso de buena fe– que este es el de Dios. Por gracia, si perseveramos abiertos al Espíritu del Señor, podremos hacer el discernimiento que nos permita «salir» de ese inconsciente error y convertirnos.
En la práctica, ser «hijo» de Dios no es un título de superioridad, ni un privilegio excluyente. Es una realidad que implica un serio compromiso. A menudo se acude a la condición de «hijo(s) del rey» aduciéndola como justificación para reclamar prerrogativas indebidas. Esto no es válido desde la perspectiva de Jesús. La condición de «hijo de Dios» compromete a realizar las «obras» del Padre, es decir, ensanchar y profundizar la libertad y la vida de todos los seres humanos.

1. Primera lectura (Hch 18, 23-28).
Después de varios días, Pablo deja Corinto y se va a Siria en compañía de la pareja judía (Silas y Timoteo no figuran). Se afeitó la cabeza en señal de duelo, prueba de que aún está descontento por su experiencia de fracaso; por eso, en Cencreas, el puerto de Corinto en el Mar Egeo, tomó dirección al oriente (a Jerusalén), pesaroso por la resistencia de los judíos, y con la esperanza de encontrar simpatizantes del judaísmo. Al llegar a Éfeso, viaje que el Espíritu había impedido en otra ocasión, dejó la pareja y se fue solo a la sinagoga a discutir. Él sabía que el Espíritu se opuso a esa misión en Asia, por eso se despidió insistiendo que Dios se la autorizara. El códice Beza explica que él considera que el designio divino es que él celebre la próxima pascua cristiana en Ίηροσόλυμα (nombre pagano de Jerusalén). Fue directo a saludar a la iglesia (de Jerusalén, la de Santiago) y luego bajó a Antioquía de donde salió para Galacia y Frigia visitando y animando a los discípulos (cf. 18, 18-23: omitido).
La segunda fase de la misión terminó, pues, con el recorrido por etapas que hizo Pablo, solo, en la región de Galacia y Frigia.
La tercera fase de la misión, en Asia, comenzó de forma extraña. Un discípulo de Juan Bautista, llamado Apolo, conocedor de la figura histórica de Jesús, versado en las Escrituras judías y hábil retórico, que había sido instruido en el camino del Señor, habló con entusiasmo y propiedad sobre Jesús, pero sin conocer el bautismo con Espíritu Santo. Priscila y Áquila (¡ella primero!) le explicaron con mayor exactitud el camino del Señor (el códice Beza dice: «el camino de Dios»: el mensaje del Antiguo Testamento). Pasó a Grecia con apoyo de la comunidad y la aceptación de los griegos (el códice Beza precisa que eran corintios, pero no dice que fueran cristianos), y ayudó a los creyentes que Pablo había dejado, refutando a los judíos y demostrándoles que Jesús es el Mesías. Sin embargo, su aporte se redujo a la polémica con los judíos de si Jesús es o no es «el Mesías», cuando es más importante para los paganos que Jesús es «el Señor». En este sentido, la presencia de Apolo enciende la polémica, pero implica un paso atrás, pues, en vez de ahondar en la fe, la atención se desvía a la apologética. No obstante, lo más destacado de este episodio es el hecho de entender que se puede hablar de Jesús, incluso con elocuencia y entusiasmo, sin ser cristiano, es decir, por mera ilustración doctrinal, sin haberle dado la adhesión personal de fe.

2. Evangelio (Jn 16,23b-28).
Jesús declara enfáticamente (repetición de Ἀμήν) que los suyos tienen acceso al Padre de modo libre y pleno, ya que por estar unidos con él (por el Espíritu) ellos son también hijos, y el amor paternal divino los abraza. Pero Jesús no es un mediador en el sentido convencional, interpuesto entre Dios y la humanidad como su vocero y protector. En efecto, su mediación:
• No establece distancia con respecto del Padre, sino que conduce a él.
• No nos representa ante el Padre, sino que nos une íntimamente con él.
• No nos granjea el favor divino, sino que nos lo transmite y garantiza.
Por eso, la oración hecha «en comunión con él» (literalmente: «en mi nombre») no es «palanca» para obtener algo del Padre, es garantía de estar en plena sintonía con el designio divino (la vida desbordante: cf. 10,10). Y de ahí deriva ella su indudable eficacia. Esta oración solo será posible cuando los discípulos reciban el Espíritu Santo, que crea esa sintonía. A pesar de la oposición y la persecución, vivirán la alegría de ser hijos de Dios.
Jesús reconoce que es imposible hablar de Dios y sus misterios sin metáforas. A pesar de esto, llegará el día en que él les comunicará el Espíritu Santo, les transmitirá su propia experiencia del Padre, y entonces las metáforas las usarán ellos para transmitir su experiencia personal.
Ese día habrá comunión plena entre él y sus discípulos, y la oración de ellos con él será unánime. Jesús no se interpone entre el Padre y los discípulos, garantiza que la unión se dé; de hecho, el Padre trata a los discípulos como amigos («el Padre los quiere», φιλεῖ: amor de amistad). Es falsa la imagen de un Dios inflexible y un Jesús intermediario y componedor. El Padre y el Hijo son amigos nuestros; los «amigos» no nos someten, nos hacen libres y nos sirven (cf. 15,15). En tanto que el «amor» entraña gratuidad, la «amistad» entraña reciprocidad. Si el ser humano no responde, no hay relación (cf. 13,6-8). Jesús resume su itinerario («del Padre hasta el Padre»), y así como el suyo es el que el Padre le propone a todo ser humano.

Lucas nos lleva a un punto extremo e inquietante: se puede conferenciar sobre Jesús y su calidad mesiánica sin ser cristiano, apoyándose en la mera razón, en la capacidad de persuasión y en el recurso a la Escritura, excluyendo la gracia de Dios (el Espíritu Santo), y lograr un ruidoso éxito. Esto explica la popularidad de ciertos «predicadores» aparentemente «ungidos», que arrastran muchedumbres con elocuencia de palabras, pero que no comprometen con la causa del Señor.
Ser «hijo» de Dios y ser «amigo» suyo es una realidad a simple vista asombrosa. La condición de hijo entraña el don de un amor gratuito (ἀγαπάω) que salva; y la condición de amigo, una relación de igualdad (φιλέω) que libera. El hijo es igual a su padre en el ser y el quehacer; el amigo comparte sus designios con el amigo y participa de sus tareas con el afán de ayudarle y servir libremente. Entre humanos, esto nada tiene de extraordinario. Pero entre Dios y el hombre, sin Jesús de por medio, es inconcebible. De él nos corresponde aprender a ser hijos y amigos de Dios, así como amigos de todo ser humano. Si no lo tenemos en cuenta, esas realidades se nos desdibujan.
La eucaristía es oportunidad de unirnos a Jesús para identificarnos con él, a fin de aprender de él. Pero este aprendizaje no es teórico, sino vivencial, por la unión íntima que el Espíritu realiza entre Jesús y nosotros. Con «los de fuera» seguirán siendo necesarias las metáforas; los de dentro, los que reciban el Espíritu, ya no necesitarán de ellas, porque tendrán la experiencia directa de ese Dios Padre inefable, amoroso y amigo incondicional de toda la humanidad.

Detalles

Fecha:
28 mayo, 2022
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