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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sábado de la V semana del Tiempo Ordinario. Año I

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (3,9-24):

EL Señor Dios llamó al hombre y le dijo:
«Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
A la mujer le dijo:
«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará».
A Adán le dijo:
«Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
El Señor Dios hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió.
Y el Señor Dios dijo:
«He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal; no vaya ahora a alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre».
El Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado.
Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y una espada llameante que brillaba, para cerrar el camino del árbol de la vida.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 89,2.3-4.5-6.12-13

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación

V/. Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios. R/.

V/. Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. R/.

V/. Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.

V/. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio San Marcos (8,1-10):

POR aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos».
Le replicaron sus discípulos:
«¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?».
Él les preguntó:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete».
Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.
Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también.
La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Sábado de la V semana del Tiempo Ordinario. Año I.

El autor responde ahora a dos preguntas: cuál es la actitud de Dios ante el pecado, y cuál el futuro mismo del pecado en la sociedad humana. El cuadro en conjunto es complejo, concebido como un juicio con citación, indagatoria, cargos, descargos y sentencias. Se puede leer a partir del v. 8, que le sirve de introducción, y luego sigue la acción propiamente dicha.
El lenguaje que se usa es parecido al judicial: definición del hecho punible con el fin de establecer responsabilidades, declarar culpas, dar sentencias diferenciadas, conminar sanciones punitivas y dictar medidas preventivas posteriores.

«Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos…» (Gen 3,7). «Abrirle los ojos» a alguien es una metáfora de liberación. Sin embargo, el relato constata una experiencia frustrante: abrieron los ojos para descubrir su vulnerabilidad y sentir vergüenza de sí mismos, lo que los lleva a buscar refugio el uno respecto del otro y ambos respecto de Dios. Antes podían vivir desnudos delante de Dios sin temor, y convivir desnudos sin sentir vergüenza. Eso se acabó.

Gen 3,9-24.
Tras la introducción, siguen la indagatoria y el interrogatorio, en el que las partes hacen cargos y descargos, se celebra el juicio, Dios dicta sentencia, se replantea la relación de pareja, y concluye con unas medidas posteriores.

1. Introducción e indagatoria.
El hombre percibe que su relación con Dios ya no es la misma, por eso huye de su presencia. El hecho de que Dios lo llame y lo busque ya no constituye para él la oportunidad del encuentro de intimidad confiada, porque el sentimiento de culpa lo induce a experimentar temor («me entró miedo»), desamparo y desprecio de sí mismo («porque estaba desnudo»); ya no se siente digno de comparecer ante Dios («me escondí»). Sigue en el jardín, pero ahora su relación con Dios está mediada por ese sentimiento de indignidad y de culpa que experimenta delante de él. Entonces Dios indaga por el origen de esa experiencia de desnudez que el hombre manifiesta («¿y quién te ha dicho que estabas desnudo?»), experiencia que entraña cautiverio, no liberación (cf. Is 20,4). La única respuesta posible es que el hombre haya dejado de escuchar a Dios, dejándose llevar a su propia ruina por un oráculo engañoso («¡A que has comido del árbol prohibido!»).
El autor deja entrever que Dios no se desentiende de su creatura, incluso cuando esta le ha dado la espalda, ni la abandona en manos de ese poder que la sedujo y la condujo a apartarse de él.

2. Interrogatorio formal.
Sentirse desnudo solo puede deberse a la experiencia de la fragilidad derivada del hecho de comer del árbol prohibido, que era causal de muerte (cf. Gen 2,17; 3,3-5). La «muerte» de la que aquí se habla no es la supresión de la vida física, sino esa condición de ruptura entre el ser humano y Dios, en primer lugar. El hombre no puede negar haber desoído la voz de Dios que sí percibió en el parque (cf. Gn 3,10); es el primer interrogado en consideración a su condición de cabeza de hogar, pero, en vez de asumir su propia responsabilidad, se descarga acusando a la mujer e, indirectamente, a Dios que se la dio por compañía.

Dios interroga también a la mujer, la cual acepta el hecho, pero se descarga alegando engaño por parte de la serpiente. Ella se reconoce «seducida» por la serpiente, es decir, admite que dejó que la engañara y acepta que le dio crédito a la palabra de la serpiente por encima de la de Dios, pero no se refiere al hecho de que le ofreció al hombre, ni a que este comió con ella, simplemente se declara responsable de haber comido ella («la serpiente me engañó y comí»). Este «allanamiento a cargos» aparece como una manifestación voluntaria y espontánea de la aceptación que ella hace de haberse prestado para que la serpiente introdujera el desorden. De ahí procede la parcial idea de que la culpa es solo de la mujer, eco que perdura hasta mucho tiempo después (cf. 1Tim 2,14).

La serpiente, antes locuaz, guarda silencio. El sentido de la responsabilidad parece diluirse.

3. Juicio y sentencias.
El enjuiciamiento y las sentencias se dan en un orden inverso a las acusaciones. Las sentencias aparecen como «castigos» de Dios, pero una consideración más atenta de las mismas permite diferenciar el mensaje del lenguaje empleado para transmitirlo:
a) La serpiente. Una maldición implica declarar indeseable una existencia, esto es, invalidar la declaración de «bondad» con la que Dios aprobó su creación. Significa que Dios no la reconoce como creatura suya. Las características de la serpiente en cuanto animal, que no se dice hayan cambiado, ahora se interpretan como rasgos de futura humillación y derrota («morder el polvo») de todo lo que ella representa: el mal que combate contra la humanidad. En cuanto tal, estarán toda la historia en enemistad recíproca, pero el triunfo del linaje humano es seguro, aunque la serpiente haya introducido la muerte en el mundo contra del hombre.
b) La mujer. La capacidad de dar a luz la vida, en contraposición a la serpiente, que introdujo la muerte, será para ella una victoria dolorosa, tanto en los sufrimientos de la gestación como en los dolores del parto. No se insinúa que antes de la caída la mujer habría gestado sin sufrir o que habría parido sin dolor, sino que ella vivirá en carne propia la lucha contra las consecuencias del engaño de la serpiente. Pero no hay maldición para la mujer.
Por otro lado, la atracción natural de la mujer hacia el hombre, más urgente ahora en un mundo de rivalidades, será de signo contradictorio: lo buscará para que la proteja, pero el mismo pecado lo inducirá a él para que la domine.
c) El hombre. Dejarse arrastrar al engaño y hacerse cómplice del mal le acarrea ahora maldición por su culpa al suelo del cual fue formado. No es Dios quien maldice el suelo, sino la culpa del hombre. Este derivará de él su alimento con fatiga, porque le producirá cardos y espinas, y él, que había de cultivar el campo, ahora tendrá un esfuerzo adicional (limpiar la maleza) para poder alimentarse. Esto será de por vida, hasta cuando la muerte lo lleve a la tierra de la que provino. El hombre que antes tuvo a su alcance el árbol de la vida ahora es declarado un mortal más. Así se cumple la sentencia de muerte que pesaba sobre el hecho de comer del árbol prohibido. La solidaridad con la tierra se torna negativa. Tampoco hay maldición para el hombre.

4. Nuevas relaciones.
Ahora el hombre le asigna un nuevo nombre a la mujer, ya no en relación consigo mismo, sino en relación con la futura descendencia. La muerte hizo su entrada en el mundo de los hombres, pero el futuro de la vida estará asegurado, porque la mujer, ahora llamada Eva (??????: «Vitalidad»), garantiza su continuidad.

5. Disposiciones finales.
Dios no abandona a sus creaturas. Proveerlas de vestido significa brindarles abrigo y protección para su indefensión y vulnerabilidad en la lucha contra la serpiente.

El arbitrio que el hombre se ha atribuido no le impedirá en adelante arrogarse la condición divina y atribuirse la inmortalidad, porque la mentira y el engaño harán también su carrera junto con la violencia y la muerte. La expulsión del paraíso deja constancia de que todo hombre es un ser mortal, cuya responsabilidad es histórica («labrar» la tierra de donde fue sacado), y nada más. El autor recurre a unas figuras de la mitología mesopotámica (querubines) para expresar el carácter hermético con el que queda cerrado el parque de Edén. Y se vale de otro símbolo, «la espada llameante», que representa el rayo temible y destructor, para indicar que, en caso de burlar la vigilancia de los querubines, nadie cruzaría la barrera de fuego del rayo. En otras palabras, el acceso al paraíso es humanamente imposible.

La presencia del mal es un hecho, pero su influjo no es tranquilo ni definitivo. Desde el principio y por los siglos, la humanidad lucha contra él, una generación tras otra. La mujer fue engañada por la serpiente, pero con su maternidad burla siempre la condena de muerte que atrajo el pecado (cf. 1Tm 2,14-15). El hombre se hizo cómplice, y con él arrastró el resto de la creación, pero con su fatigoso trabajo está rescatando esa creación y poniéndola al servicio de la vida. La relación entre el varón y la mujer quedó afectada de desconfianza y rivalidad, pero al replantear su relación se pusieron a mirar hacia el futuro de la especie en términos de vitalidad.
Y lo más importante es que Dios no abandona al ser humano. Lo protege, lo ubica y le plantea desafíos y exigencias que, en vez de negarle la condición divina y la inmortalidad, lo conducirán a ellas. En efecto, Jesús, el nacido de mujer (cf. Gal 4,4), después de probar la muerte la venció y nos adquirió la vida eterna junto con la condición de hijos de Dios. Esa es la vida que, en asocio con la creación (pan y vino), celebramos y nutrimos como don de Dios y fruto de nuestro trabajo, de lo cual la eucaristía es sacramento de fe.

Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.

Detalles

Fecha:
16 febrero, 2019
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