Lectura del Evangelio según san Marcos (8,1-10):
Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.»
Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en despoblado, para que se queden satisfechos?»
Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete.»
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Palabra del Señor
Sábado de la V semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Se le atribuye al alemán Joachim Stephani (1544-1623) haber acuñado la expresión latina «cuius regio, eius religio» («a tal región, tal religión»), que más tarde usarían para autorizar a los príncipes a imponer su sistema de creencias religiosas en su área de influencia. Es la manipulación política de la religión como factor de identidad, integración y distinción.
Los pueblos estaban convencidos de que, cuando ellos iban a la guerra, sus divinidades peleaban con ellos y a su favor. Más tarde se produjeron las llamadas «guerras religiosas», que invocaban el honor de los dioses como pretexto para combatir. Y esto perdura en el tiempo. Y no es solo una perversión de la religión, también en nombre de la pseudociencia se ha combatido, como lo muestran las tristemente célebres «lucha de clases» y la «ley de la ofertan y la demanda».
Eso aparece también en la primera medida administrativa de Jeroboam, y es lo que se refleja el texto que se lee este día. A la separación política de los reinos le sigue su separación religiosa. La mayor parte del relato que sigue constituye una explicación retrospectiva del deuteronomista (en los tiempos posteriores al destierro) de los daños que causó Jeroboam a Israel con sus medidas de carácter cultual motivadas por intereses puramente políticos.
1Ry 12,26-32; 13,33-34.
«Jeroboam fortificó Siquén… y residió allí» (1Rey 12,25). Siquén, ciudad muy antigua, escenario de la proclamación real de Roboam, hijo de Salomón (cf. 12,1), fue elegida transitoriamente por Jeroboam como su residencia. Pero, sin explicación alguna, se trasladó a Penuel. La cual también fortificó (cf. 12,26). Se supone que este traslado fue motivado por la invasión del Faraón Shesonq I –Sisac (שִׁישָׁק), otrora anfitrión suyo en Egipto, cuando Jeroboam huyó de Salomón–, que entró en Jerusalén y tomó como botín los tesoros del templo y del palacio real. Penuel se encontraba en Transjordania, en el valle del río Yaboc. Pero tampoco allí permaneció, ya que posteriormente trasladó su capital a Tirsá (cf. 14,17;15,33). Más tarde se habla de Samaría como capital del Reino del Norte. Esos cambios de capitán relejan la inestabilidad que caracterizará las dinastías de este reino. Penuel debió de ser fortificada por razones de estrategia.
Pero Jeroboam pronto se dio cuenta de que no era suficiente la fortaleza militar para defenderse, tenía que alcanzar el sistema de valores y creencias de la gente, si quería separarla del Reino del Sur. Así que decidió ponerles otro nombre a las cosas, y no propiamente cambiar la religión de los israelitas. En efecto, el «becerro» era la cabalgadura de los dioses en aquel entorno (cf. Exo 32,1-5); no era divinizado, sino que constituía como una peana, o pedestal, de la divinidad. Era símbolo de juventud, fuerza y fecundidad. El becerro sería como el sustituto de los querubines (que tenían figura de toro o de león alados) del arca de la alianza que se encontraba en el templo de Jerusalén. El temor de Jeroboam consistía en que, por ir a Jerusalén a dar culto al Señor que los hizo subir de Egipto, los israelitas terminaran adhiriéndose a Roboam y eliminándolo a él.
De hecho, David y Salomón habían convertido Jerusalén en la capital a la vez política y religiosa de toda la nación (sureños y norteños) e, igualmente, vincularon íntimamente Jerusalén, el templo y el palacio real (la dinastía davídica) que resultaba muy difícil disociar esas tres realidades. Tenía razón Jeroboam al pensar que la atracción al templo de Jerusalén implicaba asociación necesaria con la casa de David y que, en cualquier momento, esta asociación podía pasar de la mentalidad a los hechos y provocar la vuelta a la anterior monarquía unida. Así que las decisiones que el rey tomó tenían, es indudable, motivaciones políticas con consecuencias religiosas. Sin embargo, el rey no tomó solo la decisión, se asesoró para tomarla, y los lugares en donde colocó las estatuas de madera enchapadas en oro (como el becerro de Exo 32) fueron cuidadosamente escogidos. Betel, por su tradicional asociación con los patriarcas (cf. Gen 12,8; 28,10-22), siguió siendo lugar de peregrinación (cf. Jue 20,18.26-28; 1Sam 10,3), y servía para atraer a peregrinos que marcharan hacia el sur. Y Dan, ciudad santa desde la época de los jueces (cf. Jue 17–18), situada al extremo norte de este reino, atendía a esa población incluso hasta la época de Amós (cf. Amo 8,14).
El problema fue que el becerro era también símbolo de Baal, y así Jeroboam abrió la puerta a la idolatría, a la confusión del Señor con Baal (cf. Ose 13,1-2). Este es el «pecado de Jeroboam», al cual se alude unas 19 veces. Se trata de sendas procesiones paralelas (a Dan o a Betel) con el fin de entronizar los becerros, semejante a lo que hizo David con el arca (cf. 2Sam 6,13-15).
El rey se esforzó por sustituir del todo la religión centrada en Jerusalén desobedeciendo así lo prescrito en el libro del Deuteronomio, la prohibición de altares en los altozanos, celebración de fiestas fuera de Jerusalén, usurpación de funciones propias de la tribu de Leví (12, 2; 16,5-6.11; 18,5), y hasta promulgación de un nuevo calendario de celebraciones.
En efecto, además de edificar ermitas en los altozanos instituyó un sacerdocio ilegítimo, porque «puso de sacerdotes a gente… que no pertenecía a la tribu de Leví» (v. 31, omitido), e instituyó también una fiesta sustituta de la Fiesta de las Chozas que se celebraba en Jerusalén, que incluía igualmente una peregrinación, y él mismo «subió al altar que había construido en Betel a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho». Y allí «estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido en los altozanos» (v. 32, omitido). La sustitución fue tan sistemática como arbitraria.
Jeroboam persistió en esa mala conducta y su pecado se enquistó en su dinastía y la condujo a la perdición y al exterminio. El rey no solo provocó su propia ruina, sino también la del pueblo.
Como sistema de creencias y de prácticas, la religión puede pervertirse en manos de personajes inescrupulosos que la utilicen para alcanzar sus fines, pasando por encima de la gente e incluso de Dios. Esto se ha dado en la historia de todas las religiones, convertidas a veces en instrumento para defender intereses mezquinos o lograr propósitos siniestros. Esa es la miseria de la religión.
Por su parte, la fe supera la religión, porque no se trata de un sistema de valores abstractos o de acciones imperadas, sino de la adhesión a una persona y de la interiorización de actitudes que se asumen por convicción y con empeño propio, sin necesidad de que sean urgidas ni por premio ni por castigo, sino como camino de realización personal. La fe se sustrae a la manipulación.
La fe cristiana consiste en la adhesión personal a Jesucristo, tal como lo proclama el evangelio, y en la decisión de seguirlo por amor, inspirado por su Espíritu, teniendo como modelo de vida al mismo Padre que él invoca, con el propósito de hacer presente en el mundo el amor divino y de convertir la sociedad humana en reino de Dios. Él se convierte así en el «pan de vida».
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.