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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sabado de la VII semana del Tiempo Ordinario. Año par.

PRIMERA LECTURA

La oración perseverante del justo es poderosa.

Lectura de la carta de Santiago   5, 13-20

Hermanos:

Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos. Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el Nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados.

Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser sanados. La oración perseverante del justo es poderosa. Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después volvió a orar; entonces el cielo dio la lluvia, y la tierra produjo frutos.

Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, el que hace volver a un pecador de su mal camino sepa que salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados.

SALMO RESPONSORIAL  140, 1-3. 8

R/. ¡Que mi oración suba hasta ti, Señor!

Yo te invoco, Señor, ven pronto en mi ayuda: escucha mi voz cuando te llamo; que mi oración suba hasta ti como el incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, un guardián en mi boca y un centinela a la puerta de mis labios. Pero mis ojos, Señor, están fijos en ti: en ti confío, no me dejes indefenso.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO   Cf. Mt 11, 25

Aleluya.

Bendito eres, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluya.

EVANGELIO

El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 13-16

Le trajeron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él”.

Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.


La reflexión del padre Adalberto

El autor finaliza su carta mostrando la importancia que tiene la oración en la vida cristiana, tanto en lo personal como en lo comunitario. Formula el siguiente criterio general: en el malestar hay que orar con súplica; en el bienestar hay que orar con alabanza, en la adversidad hay que orar solidariamente, y en este último caso señala el papel de los responsables de la comunidad.
La oración es un recurso abierto y disponible para cada uno y para la comunidad, no privilegio de unos pocos elegidos o entendidos. Es evidente que «la oración activa del justo» tiene mucha eficacia, porque procede de una persona en comunión con Dios («justo»), capaz de conocer y de secundar el designio divino. En todo caso, los cristianos no solo oran por sí mismos, puesto que también lo hacen en comunidad e interceden los unos por los otros.

Stg 5,13-20.
El autor se refiere en términos genéricos a tres situaciones hipotéticas, el sufrimiento, la alegría y la enfermedad; sintéticamente, recomienda la oración de súplica (προσεύχομαι) en el caso de la tribulación, la alabanza y la acción de gracias (ψάλλω) en el caso del buen ánimo o buen humor, y la súplica solidaria (προσεύχομαι) en el caso de la enfermedad. En concreto, extiende enseguida su exhortación a la oración solidaria en tres situaciones puntuales:
1. En la enfermedad física.
Si se diere el caso de enfermedad física de algún miembro de la comunidad, el autor lo invita a llamar a los «presbíteros» (πρεσβύτεροι), los responsables de la iglesia local, solicitar su oración por él y que lo unten con aceite. Ambas acciones expresan la misma realidad desde dos diversos puntos de vista: la intervención de Dios y la colaboración de la comunidad.
Precediendo a la oración, hay una untura o unción con «aceite» (ἔλαιον) de olivas. Este era usado como medicina, junto con el vino (cf. Lc 10,34); ambos, aceite y vino, aparecen como dos signos de la bendición de Dios al pueblo, y particularmente a Aarón y sus descendientes (cf. Núm 18,12; Deu 7,13; 11,14; 14,22-23…). Hay dos verbos que se refieren a esta acción (untar/ungir):
• ἀλείφω, que tiene un carácter general, y que se usaba particularmente en el mundo deportivo (aceitar, masajear), connotaba el ánimo para la lucha. En el sentido de «perfumar» se usaba para indicar el ánimo alegre y la cesación de un duelo.
• χρίω, que tiene un carácter más propiamente religioso (ungir, consagrar). Se usaba para indicar las acciones de tocar, rozar, frotar, particularmente para la aplicación de un material grasoso, un ungüento, que luego resultaba difícil de quitar.
Aquí se usa el primero (ἀλείφω), pero determinado por la invocación del nombre del Señor. Se trata de un uso a la vez médico y religioso del aceite. La oración hecha con fe le infunde vida al enfermo (lo salva:σῷζω), el Señor lo «levanta» (ἐγείρω: el verbo usado para la resurrección) y, si tiene pecados, se los perdona.
La oración, hecha por los «responsables» de la comunidad, solicita unánimemente, en forma de súplica, la intervención divina a favor de la persona enferma. Dicha oración aparece a cargo de tales «responsables» de la comunidad, pero nada hace suponer que la comunidad esté excluida de la misma; más bien se debe entender que ellos la encabezan. En todo caso, la precedencia de la unción implica el hecho de poner los bienes y las bendiciones de Dios al servicio de la vida y de la salud de las personas, y que eso se reafirma con «la oración hecha con fe».
2. En situación de pecado.
Cuando se da la situación de pecado es necesario «confesarlos» delante de los otros y orar unos por otros para ser «sanados». El acto de «confesarse» (ἐξομολογέω) pecadores entraña el hecho de su reconocimiento y la admisión de la propia responsabilidad. La oración involucra a Dios en esta «confesión», y la intervención divina acepta la confesión y sanciona el perdón. La finalidad de la misma consiste en «sanar» (ἰάομαι), acción que en los evangelios connota la restauración de las relaciones de convivencia.
Se requiere «la oración activa del justo», ya no de los presbíteros de la iglesia, y se aduce el ejemplo de Elías, que muestra más bien el aspecto social de ese pecado y también de la oración en relación con el mismo. En efecto, la oración de Elías estaba dirigida a hacer sentir la reprobación de Dios por la idolatría que se practicaba y la injusticia que se cometía en el pueblo de Israel. Y, cuando hizo llover, mostró la reconciliación del pueblo con Dios y la consiguiente bendición. Otra vez, el autor aduce un ejemplo del Antiguo Testamento. Como la fe se muestra «activa» en el amor (cf. Gál 5,6), la oración del justo lo hace al comprometerse este para que el designio de Dios sea conocido y reconocido. Elías mostró e hizo respetar el designio divino y logró con su oración la conversión del pueblo a Dios (cf. 1Rey 17–18).
3. En caso de extravío.
Si en el primer caso se resaltaba el papel de los «responsables» de la comunidad en el perdón del pecado del enfermo, en el segundo se resalta el papel de la comunidad en el perdón del pecado de la misma, y en este último se resalta el papel del creyente individual en el perdón del pecado de otro miembro de la comunidad. En los tres casos se menciona el pecado en forma nominal.
Por último, se refiere al que se aparta del camino de la «verdad», es decir de la buena noticia (cf. 1,18) y de la experiencia del amor de Dios. Propone que uno lo busque y lo regrese al camino de Dios. Este que lo busca y lo regresa al camino de la verdad se beneficia a sí mismo, porque se salva de la muerte y sepulta un sinfín de pecados. Este es el compromiso del hombre que solicita el perdón de su pecado (cf. Sal 51,15) y experimenta la dicha del perdón concedido por Dios (cf. Sal 32,1-2), porque «el amor disimula las ofensas» (Prv 10,12).
Esta recomendación implica que no es licito permanecer indiferente cuando algún miembro de la comunidad se aparta del camino de la «verdad», porque se pone en peligro la propia salvación.

La oración, sea individual o comunitaria, sacramental o no, sea por el pecado colectivo o por el extravío individual, es necesaria y eficaz si la hace el justo, con fe, y –sobre todo– en nombre del Señor (ἐν τῷ ὀνόματιτοῦ κυρίου), es decir, invocando al Señor y en unión de propósito con él.
La oración cristiana se distancia del «conjuro» supersticioso y de la mera «invocación» religiosa. En el caso del «conjuro» supersticioso, se supone que este tiene eficacia por la obligatoriedad de las palabras, ellas solas bastan para poner los poderes –infra o supra mundanos– al servicio de quien las pronuncia. En el caso de la simple «invocación religiosa», se supone que la eficacia está en la persona que la hace, ya que su petición –por el hecho de hacerla ella– es irresistible para la divinidad a la que se dirige, la cual no tiene más alternativa que acceder. La oración cristiana, por el contrario, se basa en la unión del creyente en Jesús con el Padre celestial a través del Espíritu Santo para realizar el designio divino revelado en el mensaje del amor universal. El ser humano acepta ese designio y lo secunda comprometiéndose a realizarlo siguiendo el camino de Jesús y guiado por el Espíritu Santo.
En la celebración de la eucaristía se pueden dar todas las formas de oración cristiana: individual y comunitaria, por los vivos y por los difuntos, de súplica, de acción de gracias y de alabanza… Es la gran oportunidad para revitalizar nuestra esperanza.

Detalles

Fecha:
26 febrero, 2022