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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sábado Después de Ceniza 05 de Marzo. Año Par

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PRIMERA LECTURA

Si ofreces tu pan al hambriento, tu oscuridad será como el mediodía.

Lectura del libro de Isaías 58, 9b-14

Así habla el Señor:

Éste es el ayuno que Yo amo:

Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan.

Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán “Reparador de brechas”, “Restaurador de moradas en ruinas”.

Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado “Delicioso” y al día santo del Señor “Honorable”; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; Yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.

SALMO RESPONSORIAL 85, 1-6

R/. ¡Enséñame tu camino, Señor!

Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable; protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía.

Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día; reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma.

Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquéllos que te invocan: ¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Ez 33, 11

“Yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta y viva”, dice el Señor.

EVANGELIO

Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 27-32

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?”

Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan”.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

La función principal de la Ley es propiciar una convivencia armoniosa. Eso significa que, en una hipótesis ideal, ella sobra en donde los hombres convivan en paz. Esa posibilidad no es utópica, pero requiere de «hombres nuevos», aptos para convivir sin necesidad de exigencias exteriores a ellos mismos, dirigidos por un principio de amor autónomo. Esa es la realidad que el cristiano tiene a su alcance, gracias a la libertad interior y al impulso vital provenientes del Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo, el hombre es «viejo» y, a la vez, «infantil» porque necesita que le digan lo que tiene que hacer, que le prohíban lo que no debe hacer, y que le premien su buen trato o que le castiguen el maltrato u otro mal proceder, porque, como no sabe comportarse con autonomía, se hace daño a sí mismo o se lo hace a los demás. El Espíritu Santo renueva y madura al hombre.
Y El Espíritu Santo es don del Señor crucificado y resucitado (cf. Lc 23,46; Hch 1,4-8). La fe o adhesión al Señor en su entrega hasta la muerte obtiene el don del Espíritu, que otorga la suprema libertad, que es la libertad propia de Dios, la que él comunica a sus «hijos», los que se dejan guiar por el Espíritu Santo. Es por eso que ser «hijo» de Dios equivale a ser libre (cf. Gál 4,6-7).

1. Primera lectura (Isa 58,9b-14).
La experiencia del destierro llevó el pueblo a valorar su libertad. El profeta apela a esa experiencia para reiterar la exigencia de descartar los cepos (cf. Isa 58,9) y lo que conduce a la pérdida de la libertad: la sindicación o acusación injusta («señalar con el dedo») y las maledicencias o calumnias.
A la recomendación de no cerrarse a su semejante (cf. Isa 58,7) corresponde ahora la de abrirse al necesitado hasta satisfacer sus anhelos. En la eventualidad de que el pueblo acepte respetar la libertad y dar vida, marcará la diferencia entre la luz y las tinieblas, entre la noche y el día, o sea, entre la inexistencia anterior y el orden de la creación (cf. Gén 1,1-5): hará un mundo nuevo.
Ese será el éxodo permanente, la satisfacción total. El individuo y su pueblo experimentarán la guía continua del Señor y saciará sus anhelos de libertad y de vida: serán fuertes y estarán lozanos, como un manantial de vida verdadera. Esto sí conducirá a la restauración nacional, así sí lograrán reconstruir el pueblo arruinado por la invasión extranjera.
Se inserta aquí una exhortación a la observancia de la alianza a partir del respeto por el sábado: abstenerse de viajes con propósitos de negocios egoístas para dar prioridad al «día consagrado al Señor», día de «descanso» en memoria de la liberación (cf. Deu 5,12-15). Esta aceptación lleva a descubrir al Señor con deleite, a la exaltación del hombre y del pueblo, a su saciedad definitiva, al cumplimiento de las promesas.

2. Evangelio (Lc 5,27-32).
La mirada del Señor que se fijó en Israel cuando estaba en Egipto y en el desierto (cf. Deu 7,7-8; Ose 9,10) es ahora la mirada de Jesús que se fija en el ser humano que necesita vida y que, en vez de integrado y saciado, ha sido excluido en razón de su actividad («recaudador»), y que, pese a estar consagrado al Señor desde su origen («llamado Leví»), ahora está al servicio del invasor ocupante («sentado al mostrador de los impuestos»). Por eso Jesús lo llamó, para darle vida. Leví reaccionó con determinación: «lo abandonó todo» (los recaudadores eran ricos), levantándose de la postración en la que estaba («sentado»), y emprendiendo su éxodo («empezó a seguirlo»). Se advierte en esta respuesta mayor decisión que en la de los primeros llamados (cf. Lc 5,11).
Siguiendo a Jesús participa del banquete de la vida, la amistad y la alegría. Incluye a otros como él, que también ven en Jesús la aceptación y la acogida por parte del Dios que se suponía que los rechazaba. Su postura a la mesa («recostados») manifiesta su experiencia de libertad. Jesús les hace accesible a Dios y los acerca a él, y les ofrece una nueva oportunidad de salvación a los que rompen con su pasado injusto y se deciden a seguirlo. Jesús cumple las promesas de Dios.
Los que se consideran guardianes de la Ley («los fariseos y sus letrados») se sienten en el deber de mantener la barrera de la exclusión y llaman al orden a los discípulos de Jesús: hay que guardar distancia con respecto de los recaudadores y los descreídos. La réplica es de Jesús: el «médico» (dirigente preocupado por su pueblo: cf. Lc 4,23; Jer 8,22) solo les hace falta a los excluidos por su sociedad («los que se encuentran mal»: cf. Eze 34,4; Lc 7,2), no a los que están integrados a ella (ὑγιαίνοντες, «sanos»: cf. Lc 7,10; 15,27). Estos tienen quien cuide de ellos, no así los otros.
Los «justos» no sienten necesidad de salvación (vida), por eso no admiten la urgencia del cambio interior, pero los «pecadores» sí; y Jesús les abre el camino a los que quieren cambiar. Las barreras entre «justos» y «pecadores» son artificiales: vuelven duros e inhumanos a los que se creen justos, y les cierran toda posibilidad de realización a los incriminados como pecadores. En ese mundo cerrado, el perdón de Dios no es conocido ni reconocido, las personas son excluidas con rótulos definitivos, como si salvarse fuera imposible.
Una vez más es necesario notar que el espíritu farisaico se plasma en la pretensión manifiesta de convertirse los fariseos en norma de pensamiento y de acción: los que piensan como ellos están en lo correcto; los que actúan como ellos son decentes. El fundamento de esa pretensión radica en la absolutización de la Ley, hasta el punto de convertirla en una ideología a su servicio. Jesús llama la atención sobre el hecho de que lo que importa es la persona humana, todas las personas.

La Ley es una realidad más compleja de lo que a simple vista aparece. Ante ella hay dos posibles actitudes: reconocerla o desconocerla. No obstante, hay dos formas de reconocerla y dos de desconocerla. Se la puede reconocer subordinándola al bien del hombre, o subordinándole el ser humano. También se la puede desconocer quebrantándola o superándola.
Jesús la reconoce subordinándola al bien del hombre (cf. Lc 6,1-11) y la desconoce superándola. También dota al ser humano de autonomía, por la fuerza del Espíritu Santo, para que, mediante la interpretación a favor del ser humano, la reconozca, y definitivamente la supere por la fuerza del amor divino (cf. Lc 6,27-38).
La cuaresma es tiempo para verificar y rectificar nuestra postura ante la ley (cualquiera que sea). El discípulo de Jesús no puede darse por satisfecho por el solo hecho de observar las leyes civiles y ser un concienzudo ciudadano; tampoco puede darse por realizado adecuando su conducta a las llamadas «leyes de la naturaleza» (físicas, biológicas, psicológicas, etc.); y mucho menos puede contentarse con la ética racional o con una moral cultural. Está llamado y dotado para llegar más alto y más lejos, rompiendo límites, hasta la altura de su condición de «hijo de Dios».
Nuestra libertad no debe ser solo de acción (hacer lo que queramos) sino, ante todo, de opción (escoger sin condicionamientos), es decir, libertad exterior fruto de nuestra libertad interior. Y, por encima de todo, la propiamente cristiana es la libertad para amar. Esta, definitivamente nos la da el Espíritu Santo, que procede del Señor crucificado y resucitado.
En la eucaristía, él nos renueva, y nos da su Espíritu de vida para que gocemos de la libertad de los hijos de Dios, la libertad para amar sin ataduras interiores ni trabas exteriores. Esa es la que reivindicamos los cristianos (cf. Gál 5,1).

 

Detalles

Fecha:
5 marzo, 2022
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