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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Sábado después de Ceniza. Año I

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (58,9b-14):

ESTO dice el Señor:
«Cuando alejes de ti la opresión,
el dedo acusador y la calumnia,
cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo
y sacies al alma afligida,
brillará tu luz en las tinieblas,
tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre,
hartará tu alma en tierra abrasada,
dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado,
un manantial de aguas que no engañan.
Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas,
volverás a levantar los cimientos de otros tiempos;
te llamarán “reparador de brechas”,
“restaurador de senderos”,
para hacer habitable el país.
Si detienes tus pasos el sábado,
para no hacer negocios en mi día santo,
y llamas al sábado “mi delicia”
y lo consagras a la gloria del Señor;
si lo honras, evitando viajes,
dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos,
entonces encontrarás tu delicia en el Señor.
Te conduciré sobre las alturas del país
y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre.
Ha hablado la boca del Señor».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 85,1-2.3-4.5-6

R/. Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad

V/. Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti. R/.

V/. Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R/.

V/. Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,27-32):

EN aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús:
«¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Sábado después de ceniza.
La función principal de la Ley es propiciar una convivencia armoniosa. Eso significa que, en una hipótesis ideal, ella sobra en donde los hombres convivan en paz. Esa posibilidad no es utópica, pero requiere de «hombres nuevos», aptos para convivir sin necesidad de exigencias exteriores a ellos mismos, dirigidos por un principio de amor autónomo. Esa es la realidad que el cristiano tiene a su alcance, gracias a la libertad interior y al impulso vital del Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo, el hombre es «viejo» y, a la vez, «infantil» porque necesita que le digan lo que tiene que hacer, que le prohíban lo que no debe hacer, y que le premien su buen trato o que le castiguen el maltrato u otro mal proceder, porque, como no sabe comportarse con autonomía, se hace daño a sí mismo o se lo hace a los demás. El Espíritu Santo renueva y madura al hombre.
1. Primera lectura (Is 58,9b-14).
La experiencia del destierro llevó al pueblo a valorar su libertad. El profeta apela a esa experiencia para reiterar la exigencia de retirar los cepos (cf. Is 58,9) y lo que lleva a perder la libertad: la sindicación o acusación injusta («señalar con el dedo») y las maledicencias o calumnias.
A la recomendación de no cerrarse a su semejante (cf. Is 58,7) corresponde ahora la de abrirse al necesitado hasta satisfacer sus anhelos. En la eventualidad de que el pueblo acepte respetar la libertad y dar vida, marcará la diferencia entre la luz y las tinieblas, entre la noche y el día, es decir, entre el caos original y la creación: hará un mundo nuevo. Ese será el éxodo permanente, la satisfacción total. El hombre y el pueblo serán fuertes y estarán lozanos, como manantial de vida verdadera. Esto sí conducirá a la restauración nacional, así sí lograrán reconstruir el pueblo arruinado.
Se inserta aquí una exhortación a la observancia de la alianza a partir del respeto por el sábado: abstenerse de viajes con propósitos de negocios egoístas para dar prioridad al «día consagrado al Señor», día de descanso en memoria de la liberación (cf. Dt 5,12-15). Esta aceptación lleva a descubrir al Señor con deleite, a la exaltación del hombre y del pueblo, a su saciedad definitiva, al cumplimiento de las promesas.
2. Evangelio (Lc 5,27-32).
La mirada del Señor que se fijó en Israel cuando estaba en Egipto y en el desierto (cf. Dt 7,7-8; Os 9,10) es ahora la mirada de Jesús que se fija en el ser humano que necesita vida y que, en vez de integrado y saciado, ha sido excluido en razón de su actividad («recaudador»), y que, pese a estar consagrado al Señor desde su origen («llamado Leví»), ahora está al servicio del invasor ocupante («sentado al mostrador de los impuestos»). Por eso Jesús lo llamó, para darle vida. Leví reaccionó con determinación: «lo abandonó todo» (los recaudadores eran ricos), levantándose de la postración en la que estaba («sentado»), y emprendiendo su éxodo («empezó a seguirlo»). Se advierte en esta respuesta más decisión que en la de los primeros llamados (cf. Lc 5,11).
Siguiendo a Jesús participa del banquete de la vida, la amistad y la alegría. Incluye a otros como él, que también ven en Jesús la aceptación y la acogida por parte del Dios que se suponía que los rechazaba. Su postura a la mesa («recostados») manifiesta su experiencia de libertad. Jesús les hace accesible a Dios y los acerca a él, y les ofrece una nueva oportunidad a los que rompen con su pasado injusto y se deciden a seguirlo.
Los que se consideran guardianes de la Ley («los fariseos y sus letrados») se sienten en el deber de mantener la barrera de la exclusión y llaman al orden a los discípulos de Jesús: hay que guardar distancia con respecto de los recaudadores y los descreídos. La réplica es de Jesús: el «médico» (dirigente preocupado por su pueblo: cf. Lc 4,23; Jr 8,22) solo les hace falta a los excluidos («los que se encuentran mal»: cf. Ez 34,4; Lc 7,2), no a los que están integrados a la sociedad injusta («sanos»: cf. Lc 7,10; 15,27). Los «justos» no sienten necesidad de salvación (vida), por eso no admiten la urgencia del cambio interior, pero los «pecadores» sí; y Jesús les abre el camino a estos invitándolos a cambiar. Las barreras entre «justos» y «pecadores» son artificiales: vuelven duros e inhumanos a los que se creen justos, y les cierran toda posibilidad de realización a los que son sindicados como pecadores. En ese mundo cerrado, el perdón de Dios es desconocido.
La Ley es una realidad más compleja de lo que a simple vista aparece. Ante ella hay dos posibles actitudes: reconocerla o desconocerla. No obstante, hay dos formas de reconocerla y dos de desconocerla. Se la puede reconocer subordinándola al bien del hombre, o subordinándole el ser humano. También se la puede desconocer quebrantándola o superándola.
Jesús la reconoce subordinándola al bien del hombre (cf. Lc 6,1-11) y la desconoce superándola. También dota al ser humano de autonomía, por la fuerza del Espíritu Santo, para que la supere definitivamente por la fuerza del amor (cf. Lc 6,27-38).
La cuaresma es tiempo para verificar y rectificar nuestra postura ante la ley (cualquiera que sea). El discípulo de Jesús no puede darse por satisfecho por el solo hecho de observar las leyes civiles y ser un concienzudo ciudadano; tampoco puede darse por realizado adecuando su conducta a las llamadas «leyes de la naturaleza» (físicas, biológicas, psicológicas, etc.); y mucho menos puede contentarse con la ética racional o con la moral cultural. Está llamado y dotado para llegar más alto y mucho más lejos, rompiendo límites, hasta la altura de su condición de «hijo de Dios».
Nuestra libertad no debe ser solo de acción (hacer lo que queramos) sino, ante todo, de opción (escoger sin condicionamientos), es decir, libertad exterior fruto de nuestra libertad interior. Y esta, definitivamente nos la da el Espíritu Santo, que procede del Señor crucificado y resucitado. Él nos renueva, y nos da su Espíritu de vida en la eucaristía.
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.

Detalles

Fecha:
9 marzo, 2019
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