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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María, solemnidad.

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Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (7,4-5a.12-14a.16):

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
– «Ve y dile a mi siervo David: “Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. El cons¬truirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.” ».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 88,2-3.4-5.27.29

R/. Su linaje será perpetuo

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R.

El me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios,
mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,13.16-18):

Hermanos:
No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su
descendencia la promesa de heredar el mundo.
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.»
Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que, no existe, Abrahán
creyó.
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.»

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,16.18-21.24a):

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
– «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

19 de marzo
Solemnidad de San José.

El nombre hebreo José (יִוֹסֵף ,יְהוֹסֵף) procede de una combinación de la abreviación del nombre divino (יָהּ) con el verbo «añadir» (יסף) y significa «el Señor añada (otro hijo)» (cf. Gn 30,24). Al parecer, originariamente era nombre de primogénito o unigénito. Como nombre del esposo de María, la madre de Jesús, aparece 14 veces en el Nuevo Testamento (7 en Mt, 5 en Lc y 2 en Jn).
En Mateo aparece asociado a la figura del patriarca homónimo (Dios se le revela en sueños) y personificando al israelita fiel que se siente perplejo ante las figuras de Jesús y María, Jesús como Mesías, y ella como personificación de la comunidad cristiana. En Lc aparece como el garante de la ascendencia davídica de Jesús, pero solo de manera legal, y carece de todo papel activo en la narración. En Jn aparece como entronque de Jesús en la historia del pueblo, pero afectado por un cierto escepticismo, dado que los que creen conocerlo no perciben su condición de «Hijo de Dios». En Mc no se lo menciona, omisión que enfatiza la paternidad de Dios respecto de Jesús.

1. Primera lectura (2Sam 7,4-5a.12-14a.16).
Los planes del rey David, apresuradamente aprobados por el profeta de la corte, tienen que ser rectificados por la revelación del Señor a dicho profeta. La «noche» en la que el Señor se le revela a Natán puede aludir o a un «sueño» del profeta o a la confusión en la que se encuentran el rey y el profeta con respecto del designio del Señor (cf. 2Sam 7,1-3, omitido).
Después de aclararle al rey que ni el Señor quiere una casa (nunca la ha pedido), ni es el rey quien le va a construir una «casa» (templo) al Señor, sino al contrario, ha sido el Señor quien ha venido dándole una dinastía al rey, el Señor le promete a este un descendiente legítimo que consolidará perpetuamente su trono real. La relación del Señor con dicho rey será como la de un padre con su hijo. Esta es una confirmación de la promesa hecha por el Señor a Abraham, pero con la novedad de la condición real del descendiente y de la relación paternal del Señor con el mismo. El oráculo está retocado para señalar a Salomón (por eso el leccionario omite los vv. 14b y 15), aunque incluye el v. 13, no tanto por el anuncio de la construcción del templo como por el de la consolidación perpetua de su trono real.
La «casa» (estirpe) y el «reino» (pueblo) de David quedan predestinados a perdurar siempre en el designio del Señor, y se le anuncia que su «trono» (gobierno) también permanecerá por siempre. La promesa se concreta, pues, en «una descendencia» –no un solo descendiente– de David, como en otro tiempo le fue prometido a Abraham (cf. Gn 12,7; 15,18; 17,7-10), que se constituirá en un «reino» que perdurará en presencia del Señor. El «trono», en cambio, tiene promesa de durar por siempre y de forma absoluta. Esta promesa es análoga a la hecha a Abraham, y la concreta a partir de la experiencia del reinado de David, el cual fue iniciativa de Dios, aunque el mismo rey no lo haya advertido y en algunas circunstancias hubiera procedido como si fuera iniciativa suya.

2. Segunda lectura (Rm 4,13.16-18.22).
El apóstol aclara que la promesa hecha a Abraham y a su descendencia, la de heredar el mundo, no fue en virtud de la observancia de la Ley (que aún no existía) sino en virtud de la rehabilitación obtenida por la fe. Es decir, el cumplimiento de la promesa no depende de la observancia de la Ley, sino de la voluntad soberana de Dios.
Por tanto, es una promesa gratuita, no condicionada por méritos de los beneficiarios, y así queda asegurado su cumplimiento no solo para los observantes de la Ley, sino igualmente para los que siguen la fe de Abraham, que se convierte así en «padre» (o sea, antepasado común y ejemplo de vida) tanto para los israelitas como para los paganos, es decir, para «todos los pueblos» (Gn 17,5).
Abraham –cuando se encontró con el Dios que da vida rompiendo las cadenas de la muerte– creyó que él muestra su amor por la humanidad rompiendo los determinismos que aprisionan al ser humano; por eso él le dio su adhesión de fe a Dios cuando no había esperanza de vida, y por eso Dios lo hizo «padre de todos los pueblos». Esta paternidad no es biológica, obviamente, sino espiritual; el patriarca se convirtió en modelo de creyentes al darle crédito a la promesa de Dios a pesar de las evidencias físicas, porque confió en él y en su capacidad de dar vida, cumpliendo así lo que prometía. El concepto de paternidad se ensancha admirablemente en Abraham.
Esa es precisamente la razón por la que su fe le valió la rehabilitación ante el Señor.

3. Evangelio (Mt 1,16.18-21.24a).
Después de repetirse 39 veces el verbo «engendrar» (γεννάω), la 40ª vez, que corresponde a la generación del Mesías, se da un hecho sorprendente: el verbo se predica de una mujer («…María, de la que fue engendrado Jesús, llamado el Mesías») en vez de predicarse de José, que es el primer sorprendido con esta actuación divina. La virginidad de María es afirmación neta de la paternidad exclusiva de Dios en relación con Jesús.
José, a pesar de su inquebrantable fidelidad a la Ley, tiene que dar el salto de la fe y admitir que el Espíritu Santo ha intervenido para crear un hombre nuevo. Esta fe es como un éxodo personal para él, éxodo que se manifiesta en el hecho de salir de las categorías de la Ley de Moisés para acoger a María y a Jesús como cumplimiento de la promesa de Dios. No es fácil para él –como no lo es para nadie– entender y aceptar esta intervención de Dios. Le resulta más fácil pensar en retirarse de la escena, dado que no entra en sus planes infamar a María. El amor por ella rebasa su fidelidad a la Ley. Entra así en una nueva visión: la justicia del amor por sobre la justicia de la Ley de Moisés (cf. Mt 5,20). Y, por eso mismo, entra en el «reino de los cielos».
Esta nueva visión le permite abrirse al mensaje liberador del Señor por fuera de la Ley de Moisés («el ángel del Señor») y conocer por revelación divina el secreto («misterio») de la maternidad de María y de la realidad divina de Jesús y su misión. Y, al mismo tiempo, José deberá «ponerle un nombre» a esta novedad («le pondrás de nombre Jesús»), reconociendo la intervención liberadora y salvadora del Señor por medio de su Espíritu Santo («salvará a su pueblo de los pecados»).
La fe de José se manifiesta en que, contra todo pronóstico legal y cultural, acoge el mensaje del ángel del Señor llevándose a su casa a María con un niño que no es hijo suyo. Rompió también los determinismos biológicos, legales y culturales para manifestar amor y abrirle paso a la vida.

3. Evangelio (Lc 2,41-51a).
José y María cumplen su misión parental con toda normalidad, según lo establecido por la Ley y las costumbres de su pueblo. Jesús todavía no había cumplido la edad de su autonomía legal, y los reconocía como progenitores para efectos de crianza. Pero desde antes de su reconocimiento legal comienza a dar señales de autonomía personal.
Cuando se supone que todo marcha como debiera, no se advierte la acción de Dios en la historia. El «niño» (cf. Lc 2,17.27.40) se convirtió en «joven» (Lc 2,43) «sin que lo advirtieran», e hizo uso de su autonomía, para desconcierto de todos, José y María, sus parientes y sus conocidos.
Jesús se ha quedado en una de las escuelas del templo, escuchando y cuestionando a los maestros del pueblo. Cuando ellos lo interrogaban, sus respuestas mostraban no solo conocimiento de la tradición de Israel, sino su postura crítica frente a la misma. A todos los dejaba desconcertados e impresionados. Desconcertados, por no poder replicarle; impresionados, por su sabiduría.
Es su madre (sin nombre) la que le reprocha su comportamiento con ella y con el que ella llama «tu padre». La «madre» personifica la nación; el «padre», la tradición. Jesús se ha distanciado de ambos, manifiesta hacia ellos una actitud crítica, y eso los angustia. Jesús puntualiza que su Padre (su modelo de conducta) es Dios, y que, al ocuparse de la interpretación que le dan a la Escritura y a la tradición, él está ocupándose de los asuntos de ese Padre. Ellos no comprenden por qué Jesús se distancia críticamente de la tradición, pero –por otra parte– él regresa a su hogar y sigue subordinado a ellos como hijo de familia.
José queda públicamente notificado de que Jesús no lo reconoce como «padre», aunque esto sea lo que piensen sus conciudadanos (cf. Lc 3,23), quienes luego se darán cuenta de que, en efecto, Jesús –con su apertura universal y su comprensión de la Escritura– no parece que fuera «el hijo de José» (cf. Lc 4,22). No debe de ser fácil criar hijos que se parezcan a Dios y no a uno.

El cumplimiento de la promesa hecha a David solo se da plenamente en Jesús, pero no de manera genética ni legal. En efecto, Jesús no es «hijo» de José, y tampoco hereda el trono de David, sino que el Señor Dios se lo da (cf. Lc 1,32-33). La fe que hace posible el cumplimiento de la promesa es una fe audaz, que se atreve a esperar que se cumpla lo que, aparentemente, no hay esperanza humana de que se cumpla. La fe de José imita la acción liberadora y salvadora de Dios cuando, por amor, decide ir más allá de la Ley y acoger al que ha de salvar al pueblo de sus pecados, por más que las apariencias sugieran que ese salvador es fruto de un pecado, a causa de la presunta inobservancia de la Ley por parte de María. José le cree a Dios, en contra de todas las evidencias que perciben sus ojos. La fe de José se vuelve escucha, incluso cuando falta la comprensión de los hechos. La independencia de Jesús con respecto de la tradición de Israel lo angustia, pero reconoce que no es dueño de Jesús, y deja que Dios actúe, respetando la libertad de ese «joven» que llama a Dios Padre suyo.
La comunión con Jesús no es fácil cuando se tiene apego a los propios principios y a las propias leyes y costumbres. José era un hombre «justo», de principios, y de moral muy arraigada en las tradiciones de su pueblo. La entrada de Jesús en su vida le cambió su mundo y sus valores. Pero José le dio fe a Dios aceptando a su Hijo. Así también nos corresponde darle nuestra adhesión a Dios aceptando a Jesús y cambiando nuestras costumbres y nuestras tradiciones para recibirlo en nuestras vidas.
Feliz solemnidad.

Detalles

Fecha:
19 marzo, 2020
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