24 de junio
Solemnidad del nacimiento de Juan Bautista.
El nacimiento y la infancia de Juan se caracterizan por una sorprendente intervención de Dios generadora de unos hechos tan novedosos que llegan hasta replantear el entorno inmediato y repercuten más allá del círculo familiar y vecinal.
1. Primera lectura (Is 49,1-6).
Al dirigirse a las islas y pueblos lejanos, el profeta-Siervo es consciente de que su auditorio es universal, más allá de las fronteras de Israel. Su anuncio se refiere a sí mismo:
1. Fue llamado por el Señor desde el seno materno, lo que implica un designio anterior a él y a sus propias ejecutorias.
2. Su vocación profética tiene carácter decisivo («boca… espada afilada»), es decir, su palabra ha de llevar a tomar resoluciones que signifiquen un corte tajante, un antes y un después.
3. Goza de la protección amorosa y personal del Señor («en la sombra de su mano»), para llevar a cabo su misión; esto no asegura la benevolencia de los hombres ni su aceptación.
4. Lo envía con una misión urgente y con carácter puntual («flecha bruñida»), lo que entraña que el profeta-Siervo es íntimo del Señor («me guardó en su aljaba»), es de los suyos.
5. Las palabras de su envío revelan la identidad del enviado:
• «Mi Siervo»: En tanto que un «siervo» de hombre es un esclavo, un «siervo» del Señor es un cooperador libre en la obra liberadora del Señor, como Moisés o David.
• «En ti exhibiré mi esplendor»: El profeta-Siervo es más que un mensajero, es un enviado personal, revelador universal de la gloria del Señor.
Sin embargo, ya en la tarea, manos puestas a la obra, el Siervo manifiesta la lucha que libra en su interior:
• El trabajo se siente agotador, y el resultado parece ser nulo: «en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
• Pero él mantiene su confianza en el Señor, que es su respaldo: «mi derecho lo defendía el Señor, mi salario lo tenía mi Dios»
En medio de esta lucha, el Señor le recuerda su origen y su vocación («Y ahora habla el Señor que me formó siervo suyo») y le renueva esa misión en términos mucho más precisos: en relación con el pueblo heredero de las promesas y en relación con las naciones de la tierra.
• De una parte, lo llamó a reunir el pueblo disperso y restablecer la unidad de las tribus de Jacob.
• De la otra, ser luz de las naciones para que la salvación del Señor logre un alcance universal.
2. Segunda lectura (Hch 13,22-26).
En la sinagoga, Pablo sintetiza la historia de Israel hasta llegar al rey David. Se había referido a Saúl, de quien afirmó que reinó durante una generación («cuarenta años»), reinado del cual no habló Esteban, porque Saúl fue infiel; esto lo presupone Pablo al decir que Dios «depuso» a Saúl. Pablo presenta a David como hombre grato a Dios, pero, en contraste con lo afirmado por Jesús (cf. Lc 20,41-44), presenta a Jesús como sucesor de David y salvador «para Israel». En síntesis, define a Jesús en relación con David. La intención de Pablo es mostrar a Jesús como el heredero de la promesa de Dios a David, el rey (no tanto a Abraham, el patriarca), es decir, como fundador de una dinastía que habría de realizar el reinado de Dios, prometido a Israel.
Y para que sus oyentes sepan a quien se refiere cuando les habla de Jesús, apela al testimonio de Juan en cuanto precursor suyo, dado que este había sido una figura muy conocida entre los judíos de Palestina y de fuera. Es decir, que ahora define a Jesús en relación con el testimonio dado por Juan como precursor de Jesús:
• Aduce el bautismo de Juan en señal de enmienda (μετάνοια) para el perdón de los pecados,
• Recuerda que Juan en persona negó enfáticamente que él fuera el Mesías,
• Y que el mismo Juan anunció que el que venía tras él sería el encargado de sellar con el pueblo la nueva alianza, y que esta sería una alianza de amor (metáfora nupcial: v. 25; cf. Lc 3,16).
El testimonio de Juan Bautista declara a Jesús el verdadero «esposo» de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, y da a entender que ni él ni ninguno de los profetas puede disputar con él esta condición, por lo que Jesús es libre para realizar esa alianza prescindiendo de cualquiera otro que pretenda esa prerrogativa. Así que son suyos el reino («David») y la alianza («Juan Bautista»).
Sorpresivamente, Pablo declara ante los judíos («descendientes de Abraham») y ante los paganos («prosélitos») que ese mensaje de salvación es para los cristianos («a nosotros se nos ha enviado este mensaje de salvación»), dado que Israel fue infiel a su misión. Este es un razonamiento muy audaz de su parte, porque, por el testimonio del profeta, declara la exclusiva divina en favor de Jesús, y por la descendencia davídica lo reconoce como heredero soberano del reino. Legitima, de este modo, la pretensión de los cristianos como herederos del Mesías.
3. Evangelio (Lc 1,57-66.80).
El nacimiento de Juan es, ciertamente causa de alegría para muchos. También es causa de grandes decisiones:
• Contrariamente a la costumbre, no es el padre quien decide el nombre del niño, sino la madre. Y esta actitud de la madre es respaldada por el padre: la tradición justifica la ruptura.
• Esta ruptura con la tradición resulta ser liberadora para el propio Zacarías, quien pasa de ser sacerdote a ser profeta. Deja el culto estéril y sin fe y anuncia la intervención histórica de Dios.
• La vecindad, que compartía esa alegría, también resulta cuestionada por lo que acontece con el niño; este, en vez de hacerlos pensar en la tradición, los pone a todos a imaginar el futuro.
La vida del niño transcurre con un ritmo propio:
• Es un niño normal, con un desarrollo de acuerdo a lo previsto.
• Pero manifiesta una ruptura con la convivencia social («el desierto»), que hace eco a la ruptura de sus padres con la tradición.
• Y espera un momento específico –el de presentarse a Israel–, momento que se dará cuando lo señale el oráculo divino (cf. Lc 3,2).
En el fondo, toda vida es un don nuevo de Dios, un nuevo comienzo, un llamado a despejar el horizonte. La vida humana no tiene sentido en perpetuar el pasado, sino en barruntar un futuro venturoso, cada vez más abierto a la trascendencia y a desplegarle oportunidades a la esperanza de la humanidad.
Cada cristiano tiene la vocación divina de hacer avanzar la historia. Por eso es seguidor de Jesús en la búsqueda del reino de Dios, y, como Juan, precursor del Señor, heraldo de ese reino que el Señor viene a hacer realidad en todos los momentos de la historia.
La celebración de la eucaristía nos hace testigos de ese mundo nuevo y mejor, y nos da la luz y la fuerza para lograrlo.
Feliz solemnidad.