Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.
La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo C.
El término español «misterio» viene del latín (mysterium) como transcripción de una palabra griega (μυστήριον), y corresponde a un término hebreo y arameo (רָז) que significa «secreto». Pero en la Biblia se trata de un secreto «escondido» con la intención de que fuera «revelado»; en la lengua griega, en cambio, se usaba para designar un «secreto» que debía ser silenciado.
La razón por la cual el «misterio» de Dios permanecía secreto no obedece a la intención de Dios, sino a la incapacidad del ser humano para recibirlo. Y esta incapacidad se debe a que los secretos de Dios no son verdades abstractas, sino verdades vitales. Es decir, solo viviéndolos será posible conocerlos, ya que su conocimiento es experimental, no teórico.
En este ciclo litúrgico, el misterio de la Santísima Trinidad se revela como el secreto que dinamiza la historia y permite interpretar el sentido de los acontecimientos que la jalonan.
Jn 16,12-15.
La revelación que el Hijo hace del Padre es básica y suficiente, pero de alcances impensados. El Espíritu Santo se encarga de guiar a los discípulos de Jesús en la comprensión de esos alcances y en el discernimiento de los diversos hechos que marcan tendencia en cada época.
1. El mensaje de Jesús.
Jesús se identifica con el mensaje, él es la Palabra de Dios en figura humana: «la Palabra se hizo hombre…». En él «habla» el Padre a la humanidad y manifiesta su gloria; por él infunde el Padre su amor (el Espíritu) a «toda carne». El mensaje del Padre es una persona, un ser humano lleno del Espíritu Santo (cf. Jn 1,14.16; 17,2). «El que viene del cielo, de lo que ha visto en persona y ha oído, de eso da testimonio…» (Jn 3,32.33). Lo que él tiene que decirle a la humanidad acerca del Padre y de su amor es «mucho». Pero la capacidad de amar de los discípulos es aún inmadura (cf. Jn 13,7.33.36-38), y no pueden con las consecuencias de ese amor; podrán cuando maduren y estén dispuestos a amar «hasta el fin» (Jn 13,1), entregándose como Jesús (cf. Jn 21,15-19). No se trata de ineptitud intelectual para entender una doctrina, es incapacidad vital para amar con la misma entrega generosa de Jesús. E eso consiste su inmadurez.
2. La labor del Espíritu.
La llegada del «Espíritu de la verdad» será el impulso decisivo para ese proceso de maduración: «cuando llegue él, el Espíritu de la verdad, los irá guiando en la verdad toda». Obsérvese que usa el adjetivo demostrativo masculino singular «aquél» (ἐκεῖνος) para referirse al Espíritu (πνεῦμα), que en griego se designa con un sustantivo neutro; esto enfatiza el carácter personal del Espíritu. Al llamarlo «Espíritu de la verdad» lo relaciona con la «verdad» de Dios, que es su amor fiel. Esa denominación hace referencia a la revelación de la gloria de Dios en Jesús, «plenitud de amor y lealtad» (Jn 1,14). El Espíritu, como el «Hijo único», revela la «gloria» del Padre manifestando el mismo amor leal, o fiel. Ese amor es insondable, pero la comunidad irá comprendiendo cuáles son sus alcances porque el Espíritu siempre la mantendrá «en la verdad toda», pues las exigencias de Dios «comunican el Espíritu sin medida» (cf. Jn 3,34). El Espíritu no propondrá otro mensaje distinto del de Jesús («no hablará por su cuenta»), reiterará la propuesta de Jesús, es decir, el amor (la «gloria») del Padre que Jesús reveló.
Concretamente, el Espíritu les comunicará a los discípulos «cada cosa que le digan». Así como él se refiere sin cesar al Padre que lo envió, el Espíritu reenvía al Hijo, que es «la Palabra» del Padre. Esta insistencia pone el énfasis en que el mensaje del Padre es único, y ha sido comunicado de una vez para siempre en Jesús. El Espíritu lo enseña y lo recuerda (cf. Jn 14,25-26).
Pero también el mensaje tiene validez permanente, por lo que tendrá aplicación en los sucesos del futuro, que irrumpirán como realidades nuevas de las cuales los discípulos necesitarán tanto explicación como interpretación. El Espíritu les dará discernimiento para valorar los hechos que se vayan dando y los ayudará a relacionarlos con el designio de Dios. Esto significa que el Espíritu será guía a lo largo de la historia –cuya clave de lectura es la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús– para que ellos también puedan, como su maestro, manifestar la gloria de Dios en favor de la humanidad, con sus obras de renovación, liberación y salvación.
3. El Espíritu y Jesús.
La relación del Espíritu con Jesús se realiza en el testimonio que él da de Jesús para que los suyos puedan ser también sus testigos (cf. Jn 15,26-27) y le enrostren al mundo su pecado, la inocencia de Jesús y la condena del poder que gobierna el mundo (cf. Jn 16,8-11). El Espíritu manifestará la gloria de Jesús en sintonía con el Padre (cf. Jn 13,31-32) cuando les interprete los sucesos de la historia, porque se remitirá a la historia de Jesús («tomará de lo mío») y, en concreto, al amor que él manifestó entregando su vida para dar vida a la humanidad. «Manifestará mi gloria» es dar la experiencia viva del amor manifestado por Jesús en su entrega y la iluminación de lo que esa entrega de Jesús exigirá en las nuevas situaciones que vivirán los discípulos en el futuro.
4. Jesús, el Padre y el Espíritu.
Jesús, como heredero universal del Padre, posee en común con él la gloria que el mismo Padre le comunicó, es decir, el amor leal, o sea, el Espíritu. El Espíritu es, a la vez, don del Padre a su Hijo, y es don del Hijo a la humanidad en nombre del Padre (cf. Jn 15,26). Por eso, el Espíritu toma de lo de Jesús para darles a los discípulos la interpretación de la historia. Esto significa que esa interpretación de la historia se concreta en darse, como Jesús, para estimular y potenciar la realización del ser humano en la línea del proyecto del Padre, es decir, ayudar a cada ser humano a convertirse en hijo de Dios según el modelo realizado en Jesús.
El misterio de la Santísima Trinidad es una experiencia de vida que se da en el seguimiento de Jesús con la fuerza interior del Espíritu Santo para realizar en sí mismo el ideal de hijo de Dios. La misión se deriva de esa experiencia, y consiste en conducir a la humanidad del mundo al reino de Dios para que disfrute de la plenitud de la vida que está en el Padre. La condición para vivir y transmitir esa experiencia es la aceptación íntegra de Jesús, el Hijo lleno del Espíritu, es decir, el Hombre-Dios. No se puede separar a Jesús del Padre y del Espíritu para reducirlo a una mera figura histórica, un hombre extraordinario y ejemplar, cuya vida resulta simplemente inspiradora. Tampoco se lo puede desvincular de su historia y ensalzarlo en una condición gloriosa desligada de su realidad humana, como un ideal desencarnado y anodino, ajeno a todo compromiso social.
La comunión eucarística nos presenta un signo material y nos refiere a una experiencia espiritual. La comunión con el Hijo nos hace hijos del Padre y templos del Espíritu, y esta presencia de la Santísima Trinidad en nosotros nos compromete a transformar el mundo en reino de Dios.
¡Feliz día del Señor!