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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

PRIMERA LECTURA

Ofreció pan y vino.

Lectura del libro del Génesis   14, 18-20

En aquellos días:

Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abrám, diciendo:

¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!

Y Abrám le dio el diezmo de todo.

SALMO RESPONSORIAL  109, 1-4

R/Tú eres Sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.

Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi derecha, mientras Yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies.

El Señor extenderá el poder de tu cetro: ¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!

Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; Yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora.

El Señor lo ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.

SEGUNDA LECTURA

Siempre que lo coman y beban proclamarán la muerte del Señor.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 11, 23-26

Hermanos:

Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.

De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía.

Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva.

Secuencia

Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.

Glorifícalo cuanto puedas, porque Él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.

El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida.

El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.

Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.

Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.

En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.

El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.

Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.

Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.

Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.

Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.

Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.

Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.

Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.

Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.

Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.

Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.

Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero. La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.

Éste es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.

Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.

Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.

Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO   Jn 6, 51

Aleluya.

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Todos comieron hasta saciarse.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados.

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.

Él les respondió: Denles de comer ustedes mismos. Pero ellos dijeron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.

Porque eran alrededor de cinco mil hombres.

Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas. Y ellos hicieron sentar a todos.

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Credo 

Oración de los fieles.

Antes de disponer la mesa santa donde el Señor hará nuevamente presente su tránsito pascual que salva a todos los hombres, elevemos nuestras súplicas a Dios Padre con la plena confianza de ser escuchados:

Para que los obispos y presbíteros cuando presidan la celebración eucarística, vivan tan plenamente identificados con el Señor, que el pueblo vea en ellos la imagen viva de Cristo, que preside a quienes se han reunido en su nombre, roguemos al Señor.

Para que pronto llegue el día en que todos los cristianos celebremos la eucaristía en la unidad de una sola Iglesia y todos los hombres, de un extremo al otro del mundo, ofrezcan el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, roguemos al Señor.

Para que los fieles que se encuentran a las puertas de la muerte dejen este mundo llenos de paz y, confiando en las promesas del Señor y fortalecidos con el Cuerpo de Cristo, lleguen al reino de la felicidad y de la vida, roguemos al Señor.

Para que el Señor fortalezca constantemente nuestra fe y acreciente nuestro amor, a fin de que adoremos siempre en espíritu y verdad a Cristo realmente presente en el admirable sacramento de la Eucaristía, roguemos al Señor.

Dios nuestro, siempre fiel a tus promesas, que alimentas a tu pueblo con amor, escucha nuestras oraciones y acrecienta en nosotros el deseo de saciarnos de ti, fuente inagotable de todo bien; y haz que, fortalecidos con el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, avancemos por la senda de nuestra vida hasta llegar a la asamblea de los santos y allí participemos eternamente en el banquete de tus elegidos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Esta solemnidad se celebra con un énfasis distinto en cada uno de los tres ciclos del año litúrgico:
• En el Ciclo A: el signo del cuerpo, bajo el símbolo del pan.
• En el Ciclo B: el signo de la sangre, bajo el símbolo del vino.
• En este Ciclo C: el signo de reino de Dios, bajo el símbolo del banquete.
Jesús envió a los Doce «a proclamar el reinado de Dios» (Lc 9,2), pero ellos no se atuvieron a las indicaciones que él les dio (cf. Lc 9,6) y esto provocó una enorme confusión. Herodes, agente del poder político, recibió un mensaje equívoco porque los comentarios de la opinión pública eran erráticos. La presunta resurrección de Juan debía de atemorizarlo, pero él se tranquilizaba a sí mismo pensando que la muerte era irreversible; la aparición de Elías, el fustigador del ejercicio ilegítimo del poder, no le inquieta, como tampoco la posibilidad de que resurja un profeta como los antiguos, todos críticos frente al poder político. Él se siente seguro por su capacidad de matar. Lo único que lograron los Doce fue provocar la curiosidad del tetrarca Herodes (cf. Lc 9,1-9).

Lc 9,11b-17.
Jesús quiso enderezar las cosas y se propuso reunir aparte a los Doce para corregir su concepción. Por eso, se los llevó a Betsaida («lugar de la pesca»: cf. 9,10), para recordarles así su vocación (cf. 5,10). Pero las multitudes que lo seguían a él lo buscaron hasta encontrarlo. Y entonces él cambió de planes: acogió las multitudes y les expuso abiertamente su mensaje sobre el reinado de Dios. Con ese mensaje «dejó sanos a los que tenían necesidad de cuidados», es decir, liberó y reintegró a las multitudes desorientadas. Aparte de los Doce, queda ahora con Jesús una multitud. Y ahora el evangelista explica el modo como interactúan esos dos grupos.
1. Los Doce.
La multitud no los seguía a ellos, sino a Jesús. Y el día empezó a declinar, la luz se ensombreció, cuando los Doce, que estaban retirados, se le acercaron para pedirle que despidiera la multitud y la devolviera «a las aldeas» (la sociedad fanática y excluyente) «a buscar techo y comida», con el pretexto de que estaban en un lugar «desierto», aunque ese fuera el ámbito del éxodo.
Jesús quiso que se sintieran responsables de la multitud, pero ellos sólo se mostraron propensos a remitir la multitud a la sociedad pagana, «las aldeas y cortijos de alrededor», pues se encontraban ya en territorio extranjero. Ya no les interesaba «darle de comer» a la multitud porque esta no compartía su nacionalismo fanático, puesto que Jesús la dejó sana (ἰᾶτο) con su mensaje. Estaban dispuestos a alimentar la multitud si ella se mostraba inclinada a compartir sus ideales (cf. 9,6).
Consideran los Doce que los recursos de que disponen son insuficientes, porque son limitados. La cantidad aludida –«cinco panes y dos peces»– supone una totalidad heterogénea (5+2=7), que se relaciona con la creación del mundo en siete días (cf. Gén 2,2). No advierten que Jesús restaura la creación con su mensaje del reinado de Dios (cf. 9,11), es decir, que Dios reina como Padre satisfaciendo las expectativas de vida de sus creaturas y abriendo su mano para saciarlas con sus bienes (cf. Sal 104,27-28). No ven viable la propuesta de «dar» que hace Jesús; la única alternativa que se les ocurre es la de «comprar». Pero ni siquiera en eso se muestran interesados.
2. La multitud.
Los Doce hablaban con desdén de la multitud («el pueblo este»: v. 13), poniendo así en discusión su pertenencia a Israel, en tanto que ellos se sienten sus dignos representantes. Esta multitud ya había aparecido antes, junto a los Doce, representada por las tres «mujeres… y otras muchas que les ayudaban con sus bienes» (8,1-3). Ellas pusieron sus pertenencias al servicio de todos, pero ellos no se muestran dispuestos a compartir sus «cinco panes y dos peces».
Al decir que «eran como cinco mil hombres adultos», el evangelista compara la multitud con las comunidades de profetas, disponibles al Espíritu del Señor (cf. 1Rey 18,4.13; 2Rey 2,7). «Cinco mil» (50×100) tiene relación con los «cinco panes» y con los «grupos de cincuenta». Cinco alude a la Ley (Pentateuco), que es sustituida por el Espíritu (Pentecostés) que lleva a los hombres a su adultez (cf. Hch 4,4). Los «dos peces» evocan los grupos misioneros «de dos en dos» (10,1) y la misión misma, la «pesca» (cf. 5,10; 9,10: «Betsaida»).
Por eso, Jesús les indica a los Doce que hagan que los hombres adultos «se reclinen» (κατακλίνω) para comer «en grupos de cincuenta». Este verbo «reclinarse» es exclusivo de Lucas en el Nuevo Testamento, y él lo refiere solo a las comidas en las que Jesús participa, relacionadas todas ellas con el reino de Dios (cf. 7,35; 9,14.15; 14,8; 24,30). Nótese que son los Doce los encargados de hacer que la gente se recline y de indicarle que formen grupos de «cincuenta» comensales. Son ellos quienes deben tomar conciencia de que la multitud también está invitada al banquete del reino porque se muestra decidida a amar movida por el Espíritu, y dispuesta a la misión. Así les enseña Jesús el verdadero valor de esa multitud.
3. Jesús.
Desde el principio, Jesús hizo ver que el solo anuncio de la buena noticia (cf. 9,6) no basta para evangelizar. El mensaje del reinado de Dios se muestra efectivo cuando restaura la creación (cf. 9,11) poniendo los bienes creados al servicio de la humanidad. Si no es así, el anuncio de la buena noticia se puede convertir en una ideología supersticiosa o meramente religiosa (cf. 9,7-9). Para darle vida al pueblo, es necesario que vayan unidos la palabra y el pan. Y esto solo puede hacerse cuando se reconoce y se hace efectiva la dignidad del pueblo, que es lo que da a entender eso de invitarlos a la misma mesa como personas adultas, dignas de ser amadas y capaces de amar.
Enseguida, Jesús tomó las provisiones de los Doce y las relacionó con el Padre Creador –origen de toda creatura– y con su designio de amor («alzó la mirada al cielo»); se las agradeció como dones suyos para sus hijos («los bendijo»), les dio el destino que el Creador les asignó haciéndolas llegar a los hijos («los repartió»), y encargó a los Doce de compartirlas con la multitud. Este gesto es también enseñanza para la multitud que, al pronunciar el amén a la bendición, muestra que lo entiende, lo acoge y lo imita, porque ya estaba habituada a hacerlo (cf. 8,3). Todos se saciaron, y al hacerlo experimentaron la dicha del reino (cf. 6,21); los «colmó de bienes» (cf. 1,53), desbordó para todo el pueblo («doce cestos»).

La celebración del Cuerpo y de la Sangre del Señor, lejos de ser un mero hecho folclórico o una simple expresión de religiosidad, es proclamación del reino de Dios con la palabra y el pan, esto es, con el banquete en el que todos somos invitados como iguales a compartir el amor generoso del Padre Creador y a darle gracias por las bendiciones que nos dio para compartir.
La eucaristía es signo y anuncio del reino de Dios. Ella es la escuela en la que se forma el discípulo de Jesús. En ella aprende a ser incluyente y solidario, y a compartir con los demás. En ella muestra el mundo nuevo que pretende construir. Por eso nunca podemos disociar la eucaristía de nuestra convivencia social. Lo propio del discípulo de Jesús es invitar a muchos al banquete de la vida. Esto es lo que hace que nuestra presencia en el mundo sea una luz que ilumina las sociedades humanas. Así cobra pleno sentido la exclamación: «¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar!».

Detalles

Fecha:
19 junio, 2022
Categoría del Evento: