Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
V Domingo de Cuaresma. Ciclo C.
En esta quinta semana de Cuaresma se anuncia el efecto salvador propio del amor de Dios, que también es universal. El evangelio de este quinto domingo constituye una vigorosa defensa de la vida humana –incluso la más condenable– y una firme oposición a la pena de muerte.
Para comprenderlo mejor, es preciso tener en cuenta que el matrimonio judío tenía dos etapas: los esponsales, cuando le mujer había cumplido doce años y un día, y el varón dieciocho años; y las bodas, que se celebraban un año después de los esponsales. Si cometían adulterio después de los esponsales, se condenaban a muerte por lapidación; si lo hacían después de las bodas, la pena de muerte era por estrangulación. Aquí piden lapidación; por tanto, es una menor de 13 años.
Jn 8,1-11.
Este texto no pertenece ciertamente al evangelio de Juan, donde se encuentra actualmente, sino –según una tradición– al evangelio de Lucas. Se pueden considerar en él tres partes: enseñanza de Jesús al pueblo, interrupción de la enseñanza por parte de los letrados y fariseos e interacción de Jesús con ellos, y diálogo de Jesús con la «mujer».
1. Enseñanza de Jesús al pueblo.
Con un vocabulario propio del evangelio de Lucas, el narrador refiere la enseñanza de Jesús en el templo de Jerusalén al «pueblo en masa», que acudió a él apenas se presentó en el lugar. Esta enseñanza no se explicita porque ya se sabe su contenido: el amor universal de Dios.
2. Interrupción de la enseñanza.
En este momento se pueden constatar estos pasos: el planteamiento del caso y sus motivaciones, la respuesta de Jesús, la insistencia de los acusadores y la persistencia de Jesús, y la reacción del grupo acusador.
Primer paso: el planteamiento del caso y sus motivaciones:
De manera brusca, «los letrados y los fariseos» le plantearon el caso de una mujer «sorprendida» en flagrante adulterio, convirtieron este asunto en el tema central de su enseñanza, y lo urgieron a tomar posición frente a un dilema –según ellos– basado en la Ley de Moisés (cf. Lev 20,10; Dt 22,22-24): o declararla rea de muerte, u oponerse a su lapidación.
Jesús no es juez, lo que buscan no es una sentencia, sino que opine para tener pretexto contra él. Es síntoma de injusticia que, si la niña fue «sorprendida», ellos no hayan traído a su cómplice.
Segundo paso: la respuesta de Jesús:
Al escribir en la tierra, Jesús alude a lo escrito en Jer 17,1.13: «El pecado de Judá está escrito con punzón de hierro, con punta de diamante está grabado en la tabla del corazón… Tú, Señor, eres la esperanza de Israel, los que te abandonan fracasan, los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor, manantial de agua viva». Así da a entender que todos los acusadores de la niña son pecadores empedernidos («corazón») y que están contados entre los muertos («escritos en el polvo») porque son idólatras («abandonaron al Señor»). Dando culto a un «Dios de muertos» (Lc 20,38), están inmolando a los demonios sus hijos y sus hijas (cf. Sal 106,37); y, por ser partidarios de la muerte, son muertos en vida.
Tercer paso: insistencia de ellos y persistencia de Jesús:
Los acusadores ignoraron la insinuación de Jesús e insistieron en que se pronunciara de manera explícita. Entonces, él los desafió a que le diera el golpe mortal a la niña el que de ellos estuviera libre de adulterio, «e inclinándose de nuevo siguió escribiendo en el suelo». Teniendo en cuenta el texto de Jeremías, es posible que estuviera escribiendo los nombres de los presentes.
Cuarto paso: reacción de los acusadores:
Las palabras de Jesús impactaron sus conciencias. Cuanto más viejos, más culpables de adulterio (cf. Dan 13,52-59). Por eso, fueron abandonando el lugar «uno a uno, empezando por los más viejos», hasta dejarlo solo con la niña, que seguía siendo el tema central de la enseñanza («allí en medio»), enseñanza que no acababa todavía. Ellos plantearon el asunto con una actitud hipócrita, y por eso no fueron capaces de resolverlo. Pero el asunto sigue planteado.
3. Diálogo de Jesús con la mujer.
El interrogatorio de Jesús es diferente, y conduce a un juicio de salvación, no de condenación. A la niña casadera la llama «mujer», haciéndola tomar conciencia de su responsabilidad personal, y le pregunta por el paradero de sus acusadores y por el resultado de su acusación. La respuesta sobre el paradero de los acusadores remite de nuevo al oráculo de Jeremías: «escritos en el polvo», es decir, han perdido su carácter de autoridad para acusarla. Por eso, no hay respuesta para esta pregunta. En cambio, respecto del resultado de la acusación, sí hay respuesta: no hubo condena.
Los culpables no la condenaron. Jesús, el inocente que se atrevió a desafiarlos, tampoco lo hace. La exonera de la pena de muerte, la deja marcharse y continuar su vida, le abre la posibilidad de una nueva oportunidad. Eso sí, la exhorta a que no vuelva a cometer adulterio.
En ningún momento se habla de arrepentimiento de ella o de perdón de parte de él. Se habla de que él la libra de la condena a muerte y de que tampoco él la condena a morir. Se trata, pues, de la deslegitimación de la pena de muerte en nombre de Dios.
Hay muchos modos de matar en nombre de Dios. Pero eso siempre será culto a los demonios. El que es Hijo de Dios por excelencia, Jesús, nos enseñó a honrar al Padre dando vida, no dando muerte, y poniéndonos al servicio de la vida humana. Los que se figuran dar culto a Dios dando muerte a los que ellos mismos excluyen actúan así porque no han conocido al Padre ni tampoco a su Hijo (cf. Jn 16,2-3). Las personas y las sociedades que matan –cualquiera que sea la forma en que lo hagan– podrán ser «religiosas», pero jamás podrán llamarse cristianas, aunque apelen a un ordenamiento legal, porque la vida humana está por encima de toda ley, incluso la religiosa.
Quienes celebramos la eucaristía, memorial de la vida entregada de Jesús para darnos vida eterna, celebramos de verdad el banquete de la vida comprometiendo toda nuestra existencia al servicio de la vida de los demás. Las comunidades que comparten el pan de la vida jamás legitimarán el recurso a la pena de muerte después de considerar esta firme postura de su Maestro.
¡Feliz día del Señor!