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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Viernes de la I Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

¿Acaso deseo Yo la muerte del pecador y no que se convierta de su mala conducta y viva?

Lectura de la profecía de Ezequiel 18,21-28

Así habla el Señor Dios:

Si el malvado se convierte de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, seguramente vivirá, y no morirá. Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso deseo Yo la muerte del pecador -oráculo del Señor- y no que se convierta de su mala conducta y viva?

Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá.

Ustedes dirán: “El proceder del Señor no es correcto”.  Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto?

Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.

SALMO RESPONSORIAL 129, 1-8

R/. Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?

Desde lo más profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.

Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora.

Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor, porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: Él redimirá a Israel de todos sus pecados.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Ez 18, 31

“Arrojen lejos de ustedes todas las rebeldías, háganse un corazón nuevo y un espíritu nuevo”, dice el Señor.

EVANGELIO

Ve a reconciliarte con tu hermano.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 20-26

Jesús dijo a sus discípulos:

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.

Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero Yo les digo que todo aquél que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice, merece el infierno.

Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

«El Dios de los dioses, el Señor, habla» (Sal 50,1), no es como los ídolos, que tienen boca y no hablan. Él faculta («inspira») a los que hablan «en su nombre» (enviados por él), pero no tiene problemas en rectificarlos cuando sobre su mensaje pesan más los prejuicios culturales que la experiencia del amor del Señor. Por eso la lectura del Antiguo Testamento resulta tan difícil para quienes «por observar un árbol no aprecian el bosque», y asumen posturas unívocas, equívocas o fanáticas. Pero, cuando el que habla es Jesús, el Padre puede decir «¡escúchenlo a él!» (Mc 9,7) sin restricciones, porque «al Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). Así, el profeta Ezequiel, en su tiempo, tiene que rectificar la doctrina de la retribución, sin importar que Moisés haya dado pie para que se forjara la doctrina tradicional. Jesús afirma mucho más que el profeta la responsabilidad de cada uno en las relaciones interpersonales y en las relaciones de convivencia social.

1. Primera lectura (Eze 18,21-28).
El capítulo entero es una afirmación de la responsabilidad personal. Cada uno es responsable de sí mismo y se atiene a las consecuencias de sus actos. Ni el padre responde por el hijo, ni viceversa (cf. 18,19-20). La doctrina en sí es novedosa y hasta heterodoxa.
Se afirma esto en tono polémico, incluso contra lo tenido por verdades admitidas por todos: era común que se afirmara que Dios castigaba «la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (cf. Éxo 20,5; 34,7; Núm 14,18) e, incluso, se presentaba la actitud de Dios como recíproca, o sea, se decía que su conducta dependía de la del hombre (Deu 7,9-15); pero había también dichos en contra de esa concepción vindicadora, prohibiendo que unos tuvieran que responder por las culpas de los otros, y responsabilizando a cada uno de sus acciones (cf. Deu 24,16).
Razón última de esa afirmación de la responsabilidad individual: Dios quiere salvar, no condenar; «sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad». Por eso, el Señor deja paso al arrepentimiento, para que cualquier persona cambie en relación con él («se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos») y con el prójimo, de acuerdo con las exigencias de la alianza con el Señor («practica el derecho y la justicia»). Si lo hace, tiene asegurada la vida.
El malvado es un muerto en vida, pero puede volver a la vida y «no se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo vivirá»; el justo vive, pero puede hacerse malvado y morir; «no se tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió morirá». Por su parte, el Señor quiere que todos vivan.
El Señor es justo reconociendo y respetando la libertad humana. Cada uno decide su vida, nadie es heredero de culpas o de méritos ajenos; tampoco la propia culpa impide el cambio, ni la justicia vivida exime para siempre de responsabilidad. Pero esto no significa que maldad y justicia estén en igualdad de fuerzas en el corazón humano, porque en este prevalece el designio salvador del Señor, que quiere que el hombre viva, y no que perezca.

2. Evangelio (Mt 5,20-26).
En el Antiguo Testamento se considera «justo» al hombre cumplidor de la Ley de Moisés. El discípulo de Jesús tiene un criterio superior: «justo» es el que va más allá de la Ley, guiado por el Espíritu de Dios. Por ejemplo, no basta con respetar la vida ajena, evitando matar, hay que evitar todo lo que daña las relaciones humanas.
Jesús propone una gradación de condenas que va en ascenso según la gravedad del daño causado a la relación con el semejante. No se deben entender sus palabras como la formulación de una nueva casuística, sino como valoración de las actitudes que favorecen o entorpecen la relación fraternal. La ira contra el otro, el desprecio o la exclusión del semejante afectan la convivencia y, por eso, ameritan la intervención de los tribunales de la comunidad. El que excluye a otro termina excluyéndose a sí mismo.
Es preciso dejar claro que la reconciliación con Dios pasa a través de la reconciliación con el prójimo. Hasta tal punto es esto cierto, que reconciliarse con el «hermano» tiene prioridad sobre el culto ritual, porque la reconciliación es culto vital. Por eso hay que hacerse creativo, hábil y experto en zanjar diferencias legales, antes de que los pleitos arruinen sin remedio la propia vida y la convivencia con los demás. Pretender separar la relación con Dios de la relación con el otro demuestra que quien esto intenta no conoce a Dios ni valora rectamente a su semejante. La Ley no alcanza para crear las relaciones humanas propias de la nueva sociedad, «el reino de los cielos».

2. Evangelio (Mc 14,53-64).
Jesús, llevado a juicio por los tres poderes: el religioso («sumos sacerdotes»), el laico («senadores») y el ideológico («letrados»), es conducido ante el sumo sacerdote, el jefe político de Judea y jefe religioso de todas las comunidades judías. Pedro, después de abandonarlo, lo sigue, aunque «de lejos», por interés, con afecto, pero sin implicarse; no se solidariza con su suerte. De hecho, se junta con los incondicionales de los que encausan a Jesús, pero abrigando la esperanza de que él reaccione en contra de ellos. Pedro no cae en la cuenta de que comparte la mentalidad de los que condenan a Jesús, y por eso, inconscientemente, se pone de su parte.
El juicio no busca justicia, sino condenar, así haya que recurrir a falsos testimonios; pero estos testimonios se neutralizan entre sí, de manera que buscan que Jesús se auto incrimine, pero él no se defiende. No tiene caso, porque el juicio es ilegítimo por donde se lo mire. Él no legitima la falsedad ni la mala fe.
Como Pedro esperaba, él se declara Mesías, pero, en contra de sus expectativas, Jesús no procede contra sus acusadores. No obstante, esa respuesta les basta a los acusadores para presentarlo como subversivo y agitador ante Pilato. Pero Jesús les advierte que rechazándolo a él se exponen a rechazar a Dios y a desmantelar su nación, en tanto que a él lo favorecerá la Fuerza (de vida), insinuando así su resurrección. Por injusto que el juicio sea, el resultado le será favorable. Él, por amor, intenta salvarlos de la auto condenación. Pero ellos insisten en condenarlo incluso a costa de sí mismos. Al declarar su muerte y comenzar a ejecutarla deciden su propia suerte.

La diáfana afirmación de la responsabilidad personal es un paso importante para el logro de la madurez humana. La ausencia de dicha responsabilidad es muestra clara de infantilismo. Por eso muchos recurren al expediente de responsabilizar de sus acciones a los astros, a los espíritus, a los demonios… a lo que sea, con tal de no asumir su responsabilidad. Es necesario superar esa superstición para superarse a sí mismo asumiendo la propia y personal responsabilidad.
Pero eso no basta, porque es preciso cultivar actitudes positivas, creativas, generadoras de unas nuevas relaciones interpersonales, maduras, fundadas en el amor. Esto es lo que el Espíritu del Señor hace posible en todo aquel que le dé su adhesión. Hacer que el hombre se responsabilice y sepa respetar al otro, es tarea de la Ley; lograr que el hombre construya una nueva convivencia, cada vez más grata, es la obra del Espíritu. Por la Ley respeta la vida ajena; por el Espíritu pone su vida al servicio de los demás. A eso nos compromete Jesús cuando se nos entrega él mismo para darnos vida. Y nosotros le respondemos: «¡Amén!» («¡De acuerdo!»).

Detalles

Fecha:
11 marzo, 2022
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