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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Viernes de la II Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Ahí viene ese soñador. ¿Por qué no lo matamos?

Lectura del libro del Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28

Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de su vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo.

Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquém para apacentar el rebaño de su padre.  Entonces Israel dijo a José: “Tus hermanos están con el rebaño en Siquém.  Quiero que vayas a verlos”.

José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán.

Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte. “Ahí viene ese soñador”, se dijeron unos a otros. “¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas?  Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!”

Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: “No atentemos contra su vida”. Y agregó: “No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él”. En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo.

Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, éstos lo despojaron de su túnica -la túnica de mangas largas que llevaba puesta-, lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer.

De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto.

Entonces Judá dijo a sus hermanos: “¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre? En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne”. Y sus hermanos estuvieron de acuerdo.

Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata, y José fue llevado a Egipto.

SALMO RESPONSORIAL    104, 16-21

R/. ¡Recuerden las maravillas que hizo el Señor!

El provocó una gran sequía en el país y agotó todas las provisiones. Pero antes envió a un hombre, a José, que fue vendido como esclavo.

Le ataron los pies con grillos y el hierro oprimió su garganta, hasta que se cumplió lo que él predijo, y la palabra del Señor lo acreditó.

El rey ordenó que lo soltaran, el soberano de pueblos lo puso en libertad; lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 3, 16

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna.

EVANGELIO

Este es el heredero: vamos a matarlo.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 33-46

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.  Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”.  Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”

Le respondieron: “Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”.

Jesús agregó:

“¿No han leído nunca en las Escrituras: “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”?

El que caiga sobre esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre quien ella caiga será aplastado.

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

Dios siempre ha tenido un designio de vida: libertad, amor y alegría para todo su pueblo. Algunos lo han captado y se lo han apropiado como su ideal; otros lo han considerado peligroso para sus propios intereses, y se le han opuesto. El Padre no es pasivo frente a estos hechos, pero tampoco recurre a aniquilar a sus opositores, ya que él tiene su propia alternativa.
Convertirse al Padre significa optar por la vida en cualquier circunstancia, incluso ante el eventual enemigo, porque es hermano, hijo del mismo Padre. Y, ni siquiera si el enemigo es mortífero, el hijo se exime de esa opción por la vida, porque tiene claro que el Padre da vida, no la quita, y su decisión de ser como su Padre del cielo lo lleva «hasta el fin» (cf. Jn 13,1).
Por eso, la conversión implica una nueva manera de relacionarse con los demás, un estilo propio de convivencia. El israelita tenía claro que la alianza con el Señor no solo los constituía creyentes hijos de Abraham, sino pueblo de Dios, convivencia social compatible con la fe en el Señor que los liberó de la servidumbre que padecieron en Egipto.

1. Primera lectura (Gen 37,3-4.12-13a.17b-28).
«José tenía 17 años y pastoreaba el rebaño con sus hermanos…», y era ante su padre el fiscal de sus hermanos (cf. 37,2). El autor lo presenta como el hijo preferido de Jacob, porque era el hijo de su ancianidad, y por eso lo vistió de príncipe. El muchacho tenía sueños que provocaron la desconfianza y la antipatía de todos sus hermanos, pues estos sospechaban que José pretendía imponerse sobre ellos; al menos, así interpretaban ellos sus sueños (cf. 37,5-11, omitido).
Jacob envió a José a enterarse del bienestar (שָׁלוֹם) de sus hermanos; iba en «misión de paz». Pero ellos lo recibieron con ánimo hostil, lo tildaron de «soñador» y decidieron matarlo para que no se cumplieran esos sueños, que ellos consideraban amenazas a su independencia familiar y tribal. El relato muestra dos opciones: Rubén propuso echarlo en una fosa, con el propósito de sacarlo después, pero cuando vino a rescatarlo ya los madianitas se lo habían llevado. Por su parte, Judá propuso venderlo a los ismaelitas, para evitar mancharse las manos con la sangre de su hermano.
No llegaron a un acuerdo, así que decidieron despojarlo de su túnica y arrojarlo en un pozo seco. Y se sentaron a comer (signo de comunión o complicidad) hasta cuando se les dio la oportunidad de venderlo a precio de esclavo. Su idea era deshacerse de él de cualquier modo, a fin de impedir el cumplimiento de sus sueños. El relato continúa refiriendo que tiñeron con sangre la túnica de José (signo de la discordia) y se la presentaron a su padre haciéndolo deducir que una fiera había atacado y dado muerte a su hijo preferido.
Es innegable el papel que el relato le asigna a la túnica de José. Se trataba de una prenda de vestir tan larga como la que llevaban los reyes (cf. 2Sam 13,18). Ella sería una de las causas de la mala disposición de los hermanos, al mismo tiempo que expresión de la predilección de Jacob por él. En efecto, el trabajo ordinario requería una túnica sin mangas o de mangas cortas; el hecho de que la túnica de José fuera de mangas largas lo vestía como príncipe y lo eximía de trabajar como sus hermanos. La túnica teñida de sangre sería prueba de una supuesta muerte accidental, lo que liberaría a los hermanos de tener que responder penalmente por la sangre (cf. Éxo 22,12), por lo menos, ante las instancias humanas, pues la sangre derramada sigue reclamando justicia (cf. 4,10).

2. Evangelio (Mt 21,33-43.45-46).
La parábola (recurso habitual de Jesús para dar su mensaje respetando la libertad del interlocutor) muestra con un lenguaje alegórico la realidad del pueblo en manos de sus dirigentes. Recuerda una alegoría de Isaías (5,1-7). El pueblo, como totalidad, fue representado con una «higuera» que no daba fruto (cf. 21,18-19). Ahora, con una viña confiada a unos «labradores». Los frutos a los que se refiere («justicia» y «derecho») no se dieron porque los labradores (o sea, la clase dirigente) eran abusadores y asesinos («agarraron a los siervos, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon»). Los círculos de poder, en vez de propiciar el reinado de Dios, se opusieron a él, y se dedicaron a autoafirmarse de manera ciertamente violenta y trágica.
El hijo heredero está en la plenitud de la edad para representar a su Padre. Pero los labradores, al querer apoderarse de la viña (el pueblo de Dios) para reafirmar así su régimen de dominio y explotación, deciden matar al hijo heredero con ese fin. El orden de los hechos («lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron») corresponde a los ritos que regulaban las ejecuciones de los condenados a muerte, principalmente a los blasfemos (cf. Lev 24,14-16; Hch 7,58). El hijo amado (cf. 3,17; 17,5) fue rechazado con el cargo de faltarle el debido respeto a su Padre.
Por su culpa, la «viña» ha dejado de ser «reino de Dios», porque, sin los «frutos» que Dios exige, se rompió la relación con él. Pero Dios no fracasa, fracasaron los dirigentes asesinos y el pueblo que los siguió; el reino de Dios pasará a manos de «un pueblo que produzca sus frutos», los del reino, es decir, los de una convivencia basada en la justicia y el derecho. Se trata de la Iglesia, el pueblo formado por muchos. Lo que se oponga a ese reino fracasará como ellos (cf. v.44; 16,18). Jesús no los amenaza con una venganza de Dios, les advierte que su temeridad los va a conducir a su propia ruina, porque carecen del apoyo de Dios, dado que han optado contra el ser humano.
Sin percatarse, ellos mismos condenan su propia traición. Jesús confirma su condena basándose en el hecho de que Dios quiere frutos, y si no los dan ellos, hay quienes lo hagan. Los dirigentes caen en la cuenta de que han sido puestos en evidencia, pero no pueden proceder contra Jesús mientras el pueblo lo respete y lo respalde. La opinión de la gente respecto de él es vaga (tenían a Jesús por «profeta»: cf. 14,5; 16,14). Jesús, más que eso, es la esperanza del pueblo, pero ellos no quieren que el pueblo se dé cuenta de que lo es, para no exponerse a perder su predominio.

Los sueños de José, paradójicamente, se comenzaron a cumplir cuando él fue entregado por sus hermanos. Fue así como llegó a la corte egipcia, se hizo visir del faraón, fue encumbrado sobre sus hermanos, y se convirtió en su «tabla de salvación». De modo semejante, la propuesta del Padre se cumple a pesar del rechazo de su Hijo por parte de los poderes mundanos, porque este, resucitado de la muerte, fue constituido fuente perenne de salvación para todos sus hermanos. La alternativa del Padre se fundamenta en su propio ser: él es la fuente inagotable de la vida.
Por eso, el arma de todos los tiranos (el miedo a la muerte) fracasa frente a él, porque él derrota la muerte sin matar ni destruir. Jesús ofrece vida a todos, amigos y enemigos, cumpliendo así el sueño ancestral de la humanidad: vivir feliz, convivir en paz y sobrevivir a la muerte. Y eso es lo que conmemoramos en la eucaristía: que la muerte de Jesús es causa de vida para la humanidad, porque pone a disposición de todos su Espíritu Santo. Quien acepta su propuesta recibe de él su Espíritu y entra en el reino. Esa aceptación comienza por la fe y se expresa públicamente por medio de los sacramentos, en particular por la eucaristía.

Detalles

Fecha:
18 marzo, 2022
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