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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Viernes de la III Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Miren, la virgen está embarazada.

Lectura del libro del Profeta Isaías 7, 10-14; 8, 10

El Señor habló a Ajaz en estos términos:

“Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del Abismo, o arriba, en las alturas”.

Pero Ajaz respondió:

“No lo pediré ni tentaré al Señor”.

Isaías dijo:

“Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel, que significa Dios está con nosotros”.

SALMO RESPONSORIAL 39, 7-11

R/. ¡Aquí estoy, Señor: para hacer tu voluntad!

Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”.

Proclamaré gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, Tú lo sabes, Señor.

No escondí tu justicia dentro de mí, proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu fidelidad.

SEGUNDA LECTURA

Está escrito de mí en el libro: Aquí estoy, yo vengo para hacer, Dios, tu voluntad.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 4-10

Hermanos, es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados. Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo:

“Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios.  Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo -como está escrito de mí en el libro de la Ley- para hacer tu voluntad”.

Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios”, a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo.

Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn. 1, 14ab

La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria.

EVANGELIO

Concebirás y darás a luz un hijo

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:

¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo:

No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.

María dijo al Ángel:

¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?

El Ángel le respondió:

El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.

María dijo entonces:

Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra.

Y el Ángel se alejó.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Cotejando lo que enseña el autor de la carta a los hebreos (10,5-7) con lo que dice el evangelista Lucas (1,38), encontramos perfecta sintonía y sincronía entre el Señor que se encarna y la criatura en la cual él toma nuestra condición humana. El designio de Dios los une en el ser, en el querer y en el quehacer. Es la fe que abate las barreras de lo imposible y hace posible que se realice ese designio y se cumplan así todas las promesas de Dios.
En la Escritura se encuentran anuncios de nacimientos, todos ellos en función de la promesa de Dios a Abraham y a su descendencia. Y si los nacimientos se verifican en circunstancias que son humanamente insalvables, esto demuestra que la realización de la promesa divina no se detiene ante obstáculo alguno, por imposible de superar que parezca. Generalmente, los obstáculos que aparecen se refieren a la inviabilidad de la vida, como la esterilidad de uno o ambos progenitores.
En el caso de Jesús, no hay propiamente obstáculo de esa naturaleza, lo que se supera con este nacimiento es la naturaleza misma: de una mujer nace el Hijo de Dios. Pero no sucede como en los relatos míticos de las religiones paganas, por unión sexual de los dioses con mujeres, sino en virtud de un maravilloso acto creador en el cual juega un papel decisivo la fe.

1. Primera lectura (Isa 7,10-14; 8,10).
La dinastía davídica parece amenazada por los planes del enemigo. El rey Acaz se acobarda y busca apoyo en alianzas con potencias extranjeras, pero el Señor lo invita a creer (apoyarse en él). Por medio del profeta, el Señor le ofreció una «señal» a su elección para que el rey se fiara de él, pero el rey no creyó que el Señor pudiera cumplir lo que le estaba ofreciendo, y se rehusó a pedir una «señal» al Señor. Esa «señal» –que no es un «milagro»– le propone al rey un amplio conjunto de posibilidades:
• En lo hondo del abismo (שְׁאוֹל): en el reino de la muerte. Es lo más profundo imaginable, las honduras del reino de la muerte. Se trata de comprobar que el Señor es más fuerte que la muerte, a la cual le temen tanto el rey como su pueblo.
• En lo alto del cielo: en los astros, «los ejércitos» del Señor. Es lo más alto concebible, la morada de Dios y de su corte. El rey se acobarda ante las potencias militares de sus enemigos; el profeta lo invita a considerar la potencia creadora del Señor.
La contraposición de los dos extremos («profundo» y «alto») subraya la totalidad del universo y la soberanía que Dios ejerce en la creación entera, pondera el carácter solemne de la propuesta y el alcance universal de la «señal». Ello implica la importancia del asunto en cuestión (la dinastía de David) y la seriedad de las promesas de Dios al respecto.
El rey no quiere apoyarse en la fe, por eso, aludiendo a textos de la Escritura (cf. Exo 17,2; Deu 6,16) alega un fingido respeto religioso diciendo que no quiere poner a prueba el amor del Señor («no tentar al Señor»).
Entonces el profeta lo increpa como representante de la «casa de David», es decir, heredero de la promesa de la permanencia del trono: cansa a los hombres y a Dios («mi Dios», dice el profeta, dado que el rey muestra que no lo considera Dios suyo). Y pronuncia un oráculo:
• La «joven» (עַלְמָה) es la esposa del rey, que todavía no ha tenido hijos. El rey tendrá descendencia y así se asegura la continuidad de la «casa de David», lo que desvirtúa el temor de perecer a manos de sus enemigos, los reinos que lo amenazan.
• El hijo que dará a luz la reina, que se llamará Ezequías (יְחִזְקִיָּהְוּ: «el Señor ha fortalecido»), dará continuidad a la alianza y a la dinastía de David. Por eso, su verdadero nombre –para Dios– será Emanuel (עִמָּנוּ אֵל: «Dios con nosotros»).
• Su alimento corresponde a la dieta de la tierra prometida («leche y miel»). El pueblo no será despojado de su tierra y podrá comer de los productos de la misma. Así que tiene garantizadas la libertad (tierra) y la vida (leche y miel), según la promesa.
Los planes contra el pueblo que ha sido rescatado por el Señor fracasarán; las amenazas contra él no se cumplirán, porque Dios habitará en medio de su pueblo.

2. Segunda lectura (Hb 10,4-10).
La liberación que el pueblo necesita es mucho más que sociopolítica. Necesita ser liberado de sus pecados. Y esto no se consigue con los ritos purificatorios del templo de Jerusalén. Mucho menos con una revuelta armada acaudillada por un «Mesías» guerrero. Porque lo que realmente lo purifica es la realización del designio de Dios. El único sacrificio que Dios acepta es esa entrega personal. Ella invalida todos los sacrificios antiguos, y reinterpreta el concepto de «sacrificio» («sacrum facere»: hacer sagrado, consagrar). Ya no se trata del sacrificio (θυσία) que consiste en «matar» (θύω) y quemar, sino en la ofrenda de sí mismo para dar vida. Entonces, Jesús viene para entregar su cuerpo, es decir, para entregarse en persona a realizar ese designio. Y por esa entrega suya queda «consagrado» todo el que se ofrece con él y como él a realizar el designio divino.

3. Evangelio (Lc 1,26-38).
Al incrédulo rey Acaz se le contrapone María, una ignota muchacha de pueblo. Y a diferencia de la «joven» esposa del rey, María es «virgen». La salvación de la dinastía no está ahora en manos de un rey; la promesa no depende de un hombre acobardado y poderoso, sino de una muchacha auténtica y humilde. Su juventud implica novedad y lozanía; su virginidad, fidelidad y verdad. El ángel anuncia el cumplimiento de la promesa y la continuidad de la dinastía, pero de una manera sorprendente:
• El descendiente de David, José, hace presencia discreta, porque la promesa no se cumple por cuestiones de la Ley (la generación, los protocolos), sino por la fe como respuesta a la gracia de Dios. José es más bien testigo del cumplimiento de la promesa.
• Por gracia concibe la virgen un hijo que es hijo del «Altísimo» (el nombre universal de Dios: anuncio de la universalidad de la salvación). El nombre de ese Hijo indica la fuerza salvadora del Dios liberador («Jesús»: el Señor salva).
• Por gracia, no por herencia, recibirá ese Hijo el trono de David, su antepasado. Y su reinado será como el del Padre, o sea, eterno. Esta es una velada alusión a la futura resurrección, por la que el Hijo será constituido rey para siempre.
• Por esa gracia se abre a los creyentes la posibilidad de realizar plenamente sus anhelos de vida, «porque con Dios nada resulta imposible» (ὅτι οὐκ ἀδυνατήσει παρὰ τοῦ θεοῦ πᾶν ῥῆμα). Todo el que se apoya en Dios puede superar los obstáculos que se opongan a la plenitud de vida.
• Y, como todo es gratuito, la condición única para que se cumpla la promesa es la fe: fiarse de Dios, apoyarse en él dándole crédito a su palabra. María asiente con total libertad y voluntad de colaborar con el Dios liberador y salvador («Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según lo que has dicho»).

La «encarnación» de Dios cumple, pero también desborda, las promesas hechas tanto a Abraham como a David. La virgen María es modelo de fe para acoger a Dios y darle nuestra «carne» para que él se haga presente y actúe en la geografía y en la historia de nuestros pueblos.
En la comunión con la «carne» del Señor Jesús celebramos este misterio de la encarnación en la medida en que acogemos a Jesús con fe decidida, como lo acogió la virgen María.

Detalles

Fecha:
25 marzo, 2022
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