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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Viernes de la III semana del Tiempo Ordinario. Año II.

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PRIMERA LECTURA

Me despreciaste tomando por esposa a la mujer de Urías.

Lectura del segundo libro de Samuel 11, 1-4a. 5-10a. 13-17. 27c

Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén.

Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: “¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!” Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: “Estoy embarazada”.

Entonces David mandó decir a Joab: “Envíame a Urías, el hitita”. Joab se lo envió, y cuando Urias se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego David dijo a Urías: “Baja a tu casa y lávate los pies”. Urías salió de la casa del rey y le mandaron detrás un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey junto a todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa.

Informaron a David que Urías no había bajado a su casa.

Al día siguiente, David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche, Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su casa.

A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por intermedio de Urías. En esa carta, había escrito lo siguiente: “Pongan a Urías en primera línea, donde el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido y muera”.

Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que estaban los soldados más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y también murió Urías, el hitita.

Pero lo que había hecho David desagradó al Señor.

SALMO RESPONSORIAL 50, 3-7. 10-11

R/¡Ten piedad, Señor, porque hemos pecado!

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos.

Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable; yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre.

Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados. Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Cf. Mt 11, 25

Aleluya.

Bendito eres, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluya.

EVANGELIO

Echa la semilla, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 26-34

Jesús decía a sus discípulos:

“El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica enseguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.

También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”.

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Viernes de la III semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Los momentos de lucidez permiten ver con claridad meridiana el designio de Dios y el destino personal. Eso fue lo que vivió David después del oráculo de Natán, un formidable momento de lucidez que luego se expresó en una inspirada oración de gratitud. Pero los momentos de lucidez son eso, momentos; la vida ordinaria tiene sus claro-oscuros con los que es preciso lidiar a la luz de esos extraordinarios momentos.
Después de la oración de David, se consignan varias victorias militares suyas y unas campañas exitosas que le dieron fama y estabilidad a su reino (cf. 8,1-18). En un gesto de magnanimidad y de sagacidad política, se llevó a Meribaal, hijo de Jonatán, último sobreviviente de la descendencia de Saúl, «tullidos de ambos pies», al que le restituyó las posesiones de Saúl, y lo admitió a su mesa (cf. 9,1-13). Todo esto lo realizó David «por amor a Jonatán» (9,1) y, en definitiva, «por amor de Dios» (9,3). El amor al prójimo expresa el amor a Dios.
Pero una suspicacia de los consejeros del rey de los amonitas indujo a este a un malentendido en relación con las intenciones de David, que eran nobles, y se formó una guerra entre los amonitas (que reclutaron un considerable contingente de mercenarios: 33.000 hombres), e Israel. Pero las tropas David al mando de Joab se impusieron, los mercenarios sirios insistieron, pero de nuevo fueron derrotados, por lo que hicieron las paces con los israelitas y no volvieron a aliarse con los amonitas para atacar a los israelitas (cf. 10,1-19).
El reino vivía en relativa paz, pero había que proteger las fronteras, porque la posibilidad de una invasión se daba con cierta periodicidad.
2Sam 11,1-4a.5-10a.13-17.
La primavera era el tiempo más favorable para las expediciones militares, es decir, «el tiempo en que los reyes van a la guerra» (11,1; 1Cro 20,1; cf. 1Rey 20,22). David, a tono con la mentalidad dominante, declaró la guerra a los amonitas enviando sus tropas de élite: «Joab con sus oficiales» (cf. 16,6; 20,7; 23,8-39; 1Rey 1,8.10) y «todo el ejército», el pueblo movilizado («todo Israel», cf. 10,7; 20,3). La campaña consistía en «devastar la región de los amonitas y sitiar Rabá», su ciudad capital. Sin embargo, contrario a las costumbres, «David se quedó en Jerusalén».
El rey, aunque bendecido por Dios, es un ser humano más, y pecador como los demás. La falta que aquí se le reprocha es múltiple: abuso de poder, adulterio, hipocresía, asesinato… además de las violar prohibiciones de la «ley de guerra» (se quedó en Jerusalén, no guardó continencia sexual, ordenó a la tropa abandonar al compañero de lucha…). Aunque es probable que Urías se enterase de lo que pasó, el narrador contrasta la honorabilidad del combatiente extranjero (un hitita) con la deshonestidad de la conducta del rey. Por eso no insiste en el asunto y se centra en la descripción de las dos actitudes. Hasta el momento, Dios estaba discretamente presente, pero a partir de entonces va a intervenir con energía.
El lector está informado desde el principio de la trama de intrigas que se desarrolla, y esto le da la ventaja de ir formándose un juicio sobre los acontecimientos a medida que estos se suceden.
Urías se presenta ante el rey como un soldado que rinde informes y que se atiene a las leyes de la austeridad militar. Lavarse los pies es una acción de significado complejo: se refiere tanto a la hospitalidad brindada a alguien, como al servicio que les prestaban los siervos a sus señores y (aunque raras veces) al homenaje de los discípulos a sus maestros, y –en este caso– a la devoción de la esposa hacia su esposo fatigado, como un comienzo del juego erótico que terminaba en el lecho. David lo estaba autorizando –por encima de la ley de guerra (cf. 1Sam 21,6)– a acostarse con su mujer (cf. v. 11, así lo entendió el mercenario hitita). La primera reacción de Urías –irse a dormir con la guardia del palacio– pone de manifiesto su probidad y permite suponer que ya él estaba enterado de lo sucedido o, al menos, sospechaba algo.
Advertido, el rey intentó ser más directo. La respuesta de Urías a la proposición del rey suena a un velado reproche: desde el Señor mismo («el Arca»), pasando por Joab «y sus oficiales», hasta el último soldado –que es él– todos se atienen a las convenciones de la guerra. Sin decirlo, Urías le reprocha a David la comodidad, el ocio y la sensualidad sin compromiso desde donde él dirige la lucha de su pueblo. Acostarse Urías con su mujer implicaría desentenderse (como el rey) de los sufrimientos de sus compañeros. Hay que recordar que Urías no era israelita, sino hitita, lo que hace más reprobable la deshonestidad del rey.
En un tercer intento, más descaradamente aún, el rey «lo emborrachó», pero esto no hizo que el mercenario perdiera su honestidad como soldado ni la lealtad a sus compañeros: «Al atardecer, Urías salió para acostarse junto a los guardias de su señor, y no fue a su casa».
Pero al rey le interesaba más su prestigio que su honestidad personal. Por lo mismo, no mostró escrúpulo alguno al planear la muerte de Urías con el propósito de cubrir su falta. E hizo gala de cinismo consolando a Joab, su jefe de oficiales. La vida de unos de sus hombres no importó, con tal de salvar su prestigio personal y el de la institución a su cargo; prevaleció la razón de Estado sobre el valor de la vida humana. El cuadro, en su conjunto, resulta sombrío y desalentador.
Toda vez que la autoridad se confunde con el poder, y la dignidad con el prestigio, la vida humana se devalúa y se pervierte la convivencia social, el poderoso se convierte en un tirano, y el gobierno degenera en dominio. No importa que el personaje revestido de esa autoridad sea «ungido del Señor». No es él quien establece el derecho ni determina la justicia. Dios es la fuente del derecho y de la justicia, y ante la injusticia del potentado él se alinea con las víctimas y se pone a favor suyo. El rey, por sí y ante sí, decidió dispensarse de los usos, las costumbres y las leyes que le estorbaban. «El Señor reprobó lo que había hecho David» (2Sam 11,27).
No hay autoridad facultada para reprimir la libertad o para impedir el crecimiento de las personas. No hay dignidad alguna que autorice a violar las leyes o cambiar las costumbres atendiendo solo al provecho del transgresor. No hay poder político instituido por los pueblos que esté capacitado para comportarse como dueño de las instituciones. No hay prestigio personal que valga más que la dignidad y la vida humana. Así lo proclama la buena noticia de Jesús y lo repite el pensamiento social de la Iglesia. A los discípulos de Jesús nos corresponde la honrosa tarea de hacerle eco a este mensaje con nuestra voz y nuestra honestidad personal.
Que la eucaristía que celebramos y nos alimenta nos llene de la fuerza del Espíritu Santo para dar este testimonio con alegría y convicción, sin ira ni vergüenza.
Feliz viernes.

Detalles

Fecha:
31 enero, 2020
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