Lectura del santo evangelio según san Juan (7,1-2.10.25-30):
EN aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor
Viernes de la IV semana de Cuaresma.
Uno de los interrogantes de actualidad permanente y de respuesta siempre pendiente es la razón por la que es perseguido el justo. Obviamente, hay quienes quieren suprimirlo porque él se opone a los mezquinos intereses individuales o grupales. Al respecto, Jesús aclara dos cosas pertinentes:
• Quien quiera realizar el designio divino (es decir, favorecer el logro de la plenitud humana) está en capacidad de ver que lo que él enseña está de acuerdo con lo que Dios es.
• Quien busca su propio prestigio habla en nombre de sus excluyentes intereses, no en nombre de Dios (cf. Jn 7,17-18), por tanto, es un falso profeta o un falso maestro.
El justo es insoportable porque les quita la máscara a los que buscan sus fines particulares a costa del bien común. Y esa es la razón última por la que el justo es perseguido.
1. Primera lectura (Sab 2,2a.12-22).
La existencia, la conducta y las palabras del justo no sólo contrastan con el estilo de vida de los impíos, sino que estos las consideran un reproche insoportable. La forma como conciben la vida los impíos parte de una visión sombría (cf. Sab 2,1-5: Jn la llamará «tiniebla») y se expresa en una frívola ansia individual de presente sin futuro (cf. Sb 2,6-9) y en una convivencia fundada en la fuerza como norma de derecho (cf. Sab 2,10-11).
El justo les resulta incómodo por estas razones:
• Se opone a las acciones de los impíos: con su vida, deslegitima la conducta de ellos.
• Les reprocha sus faltas contra la Ley: los declara infieles a la alianza con el Señor.
• Los reprende por su infidelidad a la educación recibida: no son «hijos» de sus padres.
Por otro lado, en contraste con ellos, el justo se presenta a sí mismo como el que:
• «Conoce» (por experiencia) a Dios, por tanto, no es propenso a aceptar ídolos en su lugar.
• Es «hijo» (imitador de las obras) del Señor, por eso no imita las acciones de los impíos, y
• Llama a Dios su «padre» (modelo inspirador de su conducta) y no se ciñe a otro como a él.
La vida del justo –más que sus palabras– reprocha tanto las acciones como las convicciones de los impíos; su diferente conducta («se aparta de nuestras sendas…») los hace sentir mal («…como si contaminaran»). Los impíos sienten que los considera de mala ley. Y, con su esperanza, declara dichoso el destino del justo. Es un reproche viviente que los inquieta continuamente.
Entonces deciden ponerlo a prueba con el fin de desacreditarlo, ya que suponen que Dios no lo va a librar de sus manos. Será como un juicio en el tribunal de la historia, en el que al justo tendrá que demostrar que su confianza en Dios está fundada y que, por consiguiente, su vida y sus obras estaban apoyadas por Dios. No los preocupa declararse enemigos del justo y de Dios, no sienten escrúpulo alguno en recurrir a la violencia y la muerte. Tanto los ofusca («ciega») su maldad y tan lejos están de los secretos designios de Dios porque viven sin esperanza (en la «tiniebla», diría el evangelista), ya que no esperan la retribución de la virtud ni el premio a la honestidad.
2. Evangelio (Jn 7,1-2.10.25-30).
Hay un enorme contraste en el trasfondo de esta narración: la fiesta de «las Chozas» era la más alegre; la gente construía enramadas y aparentaba vivir como sus antepasados en el desierto, con la expectativa de la liberación definitiva. En cambio, Jesús debe tomar precauciones, porque las intenciones en su contra son ominosas.
La amenaza de muerte se cierne sobre Jesús y él actúa cautelosamente. No le van a quitar la vida; él la va a entregar libremente. El ambiente en Jerusalén es de represión por parte de los dirigentes. Por eso, él procede precavidamente. No busca entrar en conflicto, no es hombre de contiendas, pero, si se presentara conflicto por la oposición de los dirigentes a que él realice el designio del Padre, él no lo se rehusaría a dar testimonio del amor de su Padre.
Ante la enseñanza de Jesús se dan tres reacciones diferentes:
• Sorpresa de unos, dudando si los jefes lo habrán reconocido como Mesías, porque, según ellos, las autoridades no proceden a arrestarlo y matarlo.
• Negativa de otros, porque ellos esperan un Mesías de origen desconocido y que llegue de modo repentino y victorioso sobre sus enemigos.
• Adhesión de otros, que no esperan que el Mesías haga más signos que los que Jesús ha hecho (v. 31, omitido por el leccionario).
La contrarréplica de Jesús consiste en lanzar un «grito» –como el de la Sabiduría–, que enseña a los inexpertos (cf. Pv 1,21-22; 8,1-3):
• Declara que lo que ellos presumen de saber es irrelevante, porque a él no lo definen ni su origen familiar ni su procedencia local.
• Afirma que lo esencial es que él haya sido enviado por Dios, y que no procede por su propia cuenta, sino por una misión que Dios le confió.
• Señala que, mientras ellos no saben quién lo envió, él sí lo conoce, porque procede de él, y su misión también tiene en él su origen.
En tanto que el saber del que alardean sus opositores carece de importancia y pone de manifiesto su insensatez, el conocimiento de Dios que Jesús declara no es teórico, sino vital, y resulta ser un reproche, porque ellos debieran conocerlo por experiencia e identificarlo por sus obras.
La ideología embustera («tiniebla») que los dirigentes le han inculcado al pueblo le impide aspirar a su propia plenitud y reconocer a Jesús como enviado divino. Por eso los que Jesús ha puesto en evidencia intentan prenderlo, pero su intento resulta vano: la vida de Jesús no les pertenece, le pertenece a él, él es dueño de su vida y él la dará cuando llegue su hora.
La falta de libertad interior comienza en los criterios que se admiten sin verificar su veracidad. Esa es «la tiniebla», es decir, la mentira del tentador, el engaño del anticristo, la tentación de la serpiente antigua lo que les permite a los opresores de las conciencias dominar a las personas y llevarlas a pensar y a actuar en contra de sí mismas y a favor de los intereses de esos opresores. El mesianismo de los líderes inescrupulosos se afianza en la falta de pensamiento crítico. Jesús no acepta esa pasividad mental y libera a la gente porque desafía el «orden» injusto, propone el bien del ser humano como valor supremo y actúa en consecuencia. Los dirigentes del pueblo lo dominan a causa al control que ejercen sobre el mismo mediante creencias que la multitud acata de manera acrítica, por pura credulidad, persuadida previamente de que tales dirigentes le hablan con la verdad. Esa mentira institucional constituye lo que el evangelista llama «la tiniebla», o sea, la ideología del sistema que «ciega» a la masa, la despersonaliza y la manipula. Esa es la tiniebla a la cual se opone Jesús con la luz de su existencia entregada por amor a dar libertad a las personas.
Al comulgar con él, permitimos que nos libere interiormente y nos comprometemos a prolongar y realizar su obra liberadora en nuestra convivencia social.
Feliz viernes.