Viernes de la VII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Después de referirse a la presunción, que es interior, el autor pasa al hablar, que es manifestación exterior de lo que hay en el interior de la persona, y da consejos al respecto teniendo como línea la rectitud personal y la consideración hacia el otro (cf. Sir 5,9-6,1). Luego da una recomendación genérica sobre la pasión, que destruye al que la abriga y perjudica el respeto que puedan tenerle los demás. En cambio, el texto griego habla del orgullo, no de la pasión (cf. Sir 6,2-4).
Enseguida pasa a referirse a los efectos del bien hablar. Así como la maledicencia daña la propia reputación y la convivencia, el bien hablar favorece la convivencia. El hombre que habla mal se confina al aislamiento, se excluye de la convivencia social. La maledicencia perjudica la relación del individuo con sus semejantes, y también daña la convivencia entre los demás. En cambio, el hombre que controla su lengua y piensa lo que va a decir tiene amigos y genera convivencia.
El autor habla en concreto de la amistad. En el mundo antiguo la amistad solo se daba entre personas de la misma condición social; era impensable entre amos y esclavos. El autor sublima ese requisito al manifestar que la verdadera amistad se da entre los que respetan al Señor.
Sir 6,5-17.
Tras establecer la relación entre la amistad y el bien hablar, y luego de advertir que no hay que precipitarse, distingue la falsa amistad de la verdadera.
1. Sabiduría y amistad.
El bien hablar comienza por el timbre de la voz: «Una voz suave aumenta los amigos», y se confirma con la amabilidad de las palabras: «…unos labios amables, los saludos». El hombre que es manso y amable multiplicará sus amigos y obtendrá muchas manifestaciones de aprecio. Los efectos del bien hablar son visibles, porque mejora la calidad de la convivencia social. Esto es positivo y deseable, sin embargo, el autor, sin duda basado en su propia experiencia, recomienda la cautela, sin dejarse llevar de la euforia. Distingue entre la actitud abierta a «muchos» y el trato íntimo, confidencial, que debe ser cuidadoso y electivo. No hay que precipitarse en la amistad, la confianza ha de ser resultado de un proceso, gradual.
2. Amistades de ocasión.
La razón de ser de ese tacto es que la amistad necesita ser verificada, porque «hay amigos de un momento», es decir, no todas las amistades son de la misma índole. Para determinar la calidad de la amistad, el autor propone un criterio universal: la capacidad de resistir y superar la prueba. Luego distingue tres casos de amistades de ocasión:
• Las amistades temporales: las que solo existen por un tiempo, puesto que no resisten la llegada del momento del peligro, porque se acaban.
• Las amistades traidoras: son los amigos que se truecan en enemigos, negando la amistad que declaraban al traicionar la confianza que se les dio.
• Las amistades interesadas: los amigos que comparten el bienestar (la mesa), pero desaparecen cuando más se los necesita («la hora de la desgracia»).
Y señala tres características generales de esas amistades de ocasión:
• son buenos compañeros en las buenas, pero ausentes en las malas.
• son solidarios en el bienestar, pero desaparecen en el infortunio.
• son los que se esconden del amigo cuando lo alcanza la desgracia.
El autor tiene una vasta experiencia en el tema (cf. 9,10; 12,8-18; 22, 19-26; 37,1-6), por eso se permite aconsejar apartarse del enemigo y ser cauteloso con el amigo.
3. Amistad y temor del Señor.
Pero no todo es negativo. Lo que quiere decir es que la verdadera amistad no brota silvestre, y hay que saberla cultivar debidamente. Hay que aprender a descubrir al que sabe ser amigo (y en eso consiste la cautela), porque ser amigo requiere de esa sabiduría que supone el respeto por el Señor. Y entonces describe las características del «amigo fiel» (que se opone al amigo de ocasión).
• Ante todo, es un «refugio seguro»; dar con él es encontrar un tesoro.
• Además, es inapreciable, invaluable, no se compra, él se da a sí mismo.
• Por último, es un «talismán» (?????? ?????????, ???????? ????), el modismo hebreo se refiere a que la posesión más preciosa se protegía y ocultaba en una bolsa: así valora y protege el amigo la vida de su amigo (cf. 1Sm 25,29); la traducción griega compara al amigo con un elixir de vida. La idea es que quien tiene un amigo fiel está seguro, protegido como un tesoro, y tiene su vida asegurada.
Ese tipo de amistad es consecuencia del respeto y amor al Señor. En este respeto y amor fragua y se ofrece la verdadera amistad, la que realmente hace iguales a los seres humanos en lo que es más importante, la sabiduría que comienza por ese respeto y amor: «su camarada será como él, y sus acciones como su título».
En esta primera de las cinco reflexiones que hace el autor sobre la amistad deja ver su convicción de que la sabiduría genera amistad y favorece la convivencia social. Pero da un paso más cuando distingue la verdadera amistad de las falsas, y afirma que la amistad verdadera nace, como la sabiduría, del respeto y amor al Señor; por lo tanto, la verdadera amistad es sabiduría. Y establece para esta amistad un fundamento más sólido que el convencional, porque este se basaba en la igualdad de condición social, ya que se pensaba que la verdadera amistad solo podía darse entre hombres libres. Lo que el autor da a entender es que el respeto y amor al Señor otorga verdadera libertad y constituye un mejor criterio de igualdad y una base más firme para la amistad.
La amistad cristiana tiene como base la igualdad que supera la servidumbre (cf. Jn 15, 14-15) y derriba las barreras de enemistad (cf. Mt 5,44) y hostilidad (cf. Ef 2,14). Esta amistad se da entre hermanos, porque su fundamento es el Espíritu de Jesús, que es el Espíritu del Padre, infundido en nosotros para que seamos «uno». Esta amistad, hermandad y unidad se renueva y refuerza en la festiva celebración de la eucaristía, en la cual asumimos la misión de ser constructores de la unidad y creadores de un mundo nuevo, el reino de Dios.
Feliz viernes.