Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,45-48):
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos.”»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Palabra del Señor
Viernes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Los que buscaron refugio en el desierto «porque deseaban vivir según el derecho y la justicia» (1Mac 2,29) se albergaron en cuevas (cf. 2,31). Los funcionarios del rey los persiguieron hasta el desierto y los atacaron en sábado. Los judíos no respondieron al ataque por ser día de precepto, sino que se replegaron en sus cuevas. Los funcionarios del rey amontonaron ramas en las bocas de las cuevas y les prendieron fuego, matándolos a todos por asfixia. El «no» al rey y el «sí» a la Ley los condujo a una muerte con este grito: «¡Muramos todos con la conciencia limpia! El cielo y la tierra son testigos de que ustedes nos matan contra todo derecho». Matatías y sus hijos, tras una reunión de deliberación, decidieron que la vida estaba por encima del precepto. La rebelión de los Macabeos se produjo después de mucho sufrimiento y martirio por parte de los israelitas.
Matatías y sus 5 hijos, con la horda que se les unió, han venido hostigado y desmoralizado con éxito las tropas de Antíoco IV. Este tuvo que reunir sus tropas urgido por la necesidad de sujetar al sátrapa de Armenia, Artaxias, que se había declarado independiente después de la muerte del rey Antíoco III. Además, tenía que recuperar otras provincias orientales, que protegían su reino de la creciente amenaza de los partos. Sus dominios estaban agitados, y esta agitación favorecía la causa de los macabeos. Por otro lado, sostener un ejército de mercenarios es costoso, y, como la lealtad depende de la paga, las dificultades económicas debilitaban las fuerzas del rey.
1Mac 4,36-37.52-59.
Falta un golpe importante: consolidar la fe, para que el pueblo sienta cercano al Señor. Por eso deciden purificar y consagrar el templo. Por «purificar» se entiende el hecho de borrar del mismo todo signo del paso de los gentiles por el templo y reparar los daños causados por su devastadora presencia. Por «consagrar» se entiende la separación de su espacio para dedicarlo exclusivamente al culto divino. Tienen que tomar decisiones de gran responsabilidad, como la de destruir el altar de los holocaustos para construir uno nuevo, así como la de renovar sus utensilios, pero tales acciones tienen una enorme carga simbólica: expulsar de su lugar sagrado al abominable pagano.
Con el transcurso del tiempo, este acontecimiento será celebrado con variadas denominaciones: «Dedicación» (ἐγκαινισμός: 1Mac 4,59; 2Mac 2,9.19; ἐγκαίνια: Jn 10,22), también: «Purificación» (καθαρισμός: 2Mac 2,16.18; 10,3.5), «Chozas» (σκηνοπηγία: 2Mac 1,8.18), o, según Favio Josefo, fiesta de las «Luces» (φώτα), porque se celebraba como la fiesta de las Chozas (cf. Lev 23-33-36). Pero es más conocida por su nombre hebreo, «Janucá» (חֲנֻכָה).
La propuesta de Judas de «purificar» el lugar (cf. vv. 36-51) y «consagrar» el santuario (cf. vv. 52-61) implica tanto el rescate de lo que los paganos habían saqueado y profanado como la victoria del Señor y de sus fieles sobre la impiedad de los paganos y su voluntad de blasfemia. Dado que el templo era el centro de la vida religiosa del pueblo, y su existencia era exigencia para observar los preceptos cultuales de la Ley, la reanudación de la relación del pueblo con el Señor requería, ineludiblemente la restauración del mismo para que el pueblo se reconciliara con el Señor.
La primera inspección que hace «toda la tropa» estremeció su sensibilidad: «el santuario desolado, el altar profanado, las puertas incendiadas, la maleza creciendo como matorrales en una ladera, y las dependencias del templo derruidas». Esto provocó una reacción de dolor y penitencia por parte de la tropa, y un gran clamor hecho oración (cf. vv. 36-40).
«Madrugaron» es un modismo hebreo (שׁכם) que se expresa en griego (ὀρθρίζω) con significación semejante a una de las acepciones de «madrugar» en español, que es «darse prisa» en hacer algo (cf. 6,33; Sl 63,2; Is 26,9). Están urgidos por llevar a cabo la purificación y consagración del lugar por lo significativo que es para ellos que esto se haga en ese preciso día. Tiene un valor simbólico muy alto el hecho de sea precisamente el mismo día en que lo habían profanado los paganos. Se cerraba así un ciclo de ignominia. Y ofrecieron sacrificios según la Ley en el nuevo altar, erigido para reemplazar el profanado, con manifestaciones festivas. Imperceptiblemente, se ha pasado de la mera presencia de la tropa a la de la asamblea plenaria que cantaba himnos y tocaba cítaras, laúdes y platillos: «Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito». Este pueblo alaba a su Dios por haberle dado éxito en su propósito de recuperar la autonomía y la libertad de darle culto. Los ocho días de celebración desbordan la semana de siete días, con lo cual expresan la trascendencia del júbilo que los embarga. Restituyeron también los motivos ornamentales que había sido arrancados de la facha del templo (cf. 1,22 con 4,57) y repusieron las puertas de sus dependencias. Judas, junto con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel acordaron «celebrar anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos durante ocho días, a partir del veinticinco de diciembre. Esta fiesta se hizo tan popular, que no solo canceló la afrenta de los paganos, sino que perduró incluso hasta después de la destrucción del templo a manos de cuatro legiones romanas al mando de Tito, en el año 70 d. C.
La fiesta significa la alegría de recuperar su relación con Dios como pueblo, al tiempo que le dan gracias por haberles dado la victoria sobre el enemigo. Lo significativo de esta fiesta es el hecho de que se celebra en el tercer aniversario de la profanación del templo por parte de los paganos (cuando se ofreció el primer sacrificio a Zeus: 1Mac 11,59). La fiesta duró ocho días, y dio origen a la Janucá, que coincide con la Navidad cristiana, el 25 de diciembre. Se sienten libres del yugo opresor y de la ignominia que los avergonzaba.
La purificación y consagración del templo es ocasión propicia para reflexionar en el templo que son el cristiano y su comunidad. Es grande la pena que causa la profanación de templos, capillas y oratorios en nuestras comunidades. En ocasiones, incluso si es obra de alienados mentales, los atropellos y la destrucción que ocasionan provocan reacciones de indignación. Pero no se nota la misma tristeza cuando la profanación se da en los templos vivos (las personas individualmente consideradas que soportan la injusticia, el abuso y la corrupción), o en las iglesias (domésticas o parroquiales) que se alejan del Señor haciéndose cómplices del «pecado del mundo». De hecho, hay rituales públicos de desagravio en el caso de los edificios, pero no hay manifestaciones de duelo –como podrían ser las celebraciones penitenciales colectivas– para reconocer y enmendar la profanación de los consagrados al Señor que son víctimas de la tiranía del dinero o del poder.
Los tiempos de Adviento y Cuaresma podrían ser ocasiones para «purificar y volver a consagrar» los templos vivos del Dios vivo, en los que habita el Espíritu Santo por la fe en el Mesías Jesús.
El «rito penitencial» del comienzo de la misa debiera tener explícitamente ese tinte para recibir dignamente al Señor en el sacramento eucarístico.
Feliz viernes.