Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-15):
EN aquel tiempo, os discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».
Palabra del Señor
Viernes después de ceniza.
Las prácticas de piedad adolecen de una lamentable ambigüedad: así como expresan la fe pueden camuflar la hipocresía religiosa. Y, cuando se las constituye en valores absolutos, pueden llegar a sustituir la fe. Es deplorable el espectáculo de personas despiadadas que posan de piadosas, porque su conducta descalifica la piedad que aparentan, y hasta desacredita el nombre mismo de Dios. Por eso los profetas, tanto los de la antigua como los de la nueva alianza, rechazan con energía la hipocresía religiosa.
En este tiempo de cuaresma hay que examinar sinceramente la coherencia entre las expresiones de la vida de fe y la convivencia con los demás. La fe verdadera se refleja en el hecho de hacer justas y más humanas las relaciones de convivencia social.
1. Primera lectura (Is 58,1-9a).
La trompeta que ayer sonaba para convocar al pueblo a pedir perdón resuena hoy en la voz del profeta para denunciar los delitos del pueblo.
Es un pueblo que manifiesta mucha religiosidad: consulta la palabra del Señor, da muestras de querer conocer su camino, pide instrucción en la justicia, como quien está interesado en ser justo y fiel a la alianza para estar cerca de Dios. No solo eso: se atreve a reclamarle a Dios porque, al parecer, es él quien no está cumpliendo el pacto. En concreto, se trata del ayuno que se practicaba «una vez al año» (Lv 16,34), el día de la expiación (cf. Lv 16,29.31; 23,27.29.32; Nm 29,7).
Dios reconoce su práctica de piedad, pero la contrasta con su vida y su convivencia: los mueve el propio interés y acosan a sus sirvientes; ayunan entre riñas y disputas, golpeándose sin piedad unos a otros. Ese ayuno, acompañado de un griterío (que no es oración), se escucha, pero no se acoge en el cielo. No han entendido cuál es el ayuno que el Señor desea; no comprenden cuál es la penitencia que Dios espera. No se trata de ceremonias rituales ni de auto-infligirse castigos, eso no es lo que le agrada al Señor.
El ayuno que Dios estableció para expiar los pecados consiste en restituirles su libertad a los injustamente encarcelados y a los oprimidos, a todos los cautivos; en vez de privarse del alimento, que lo compartan, para que todos coman; en vez de reñir los unos contra los otros, socorrer a los que han desamparado. En síntesis, abrirse al semejante. Eso es lo que expía el pecado.
Ese ejercicio de misericordia, que humaniza la convivencia, hace que el ser humano sea justo y refleje la gloria de Dios (cf. Sl 12,4), el hombre viviente, cuando se hace mejor conviviente, le da calidad a su propia vida («carne sana»): en su vanguardia va su propia justicia, y en su retaguardia la gloria del Señor (cf. Sl 85,9-14; 97,2.11). Así la oración no encuentra tropiezo. No es preciso gritar (oración clamorosa), basta llamar (oración sosegada), y la respuesta del Señor será pronta.
2. Evangelio (Mt 9,14-15).
Para los tiempos de Jesús, la práctica anual del ayuno se había convertido en una práctica habitual de los fariseos (cf. Lc 18,12: «dos veces por semana»), pero esto no los hacía más incluyentes ni compasivos (cf. Mt 9,10-13). Sin embargo, gracias a la fama de santidad que cultivaban con sus expresiones de piedad, ejercían enorme influjo sobre el pueblo. Tanto, que lograron absorber el movimiento que suscitó Juan Bautista. No pudieron implicar a Juan (cf. Mt 3,7-9), pero sí a muchos de sus seguidores, que no se hicieron discípulos de Jesús. Estos se le acercan a Jesús (deja dicho el evangelista que están distantes de él) para hacerle un reproche: mientras ellos y los fariseos ayunan, los discípulos de Jesús no lo hacen en absoluto. Aquí se entiende la distancia entre ellos y Jesús: este no les parece piadoso.
La respuesta de Jesús se remite a la experiencia de Dios. Él y sus discípulos tienen otra relación con Dios. Se trata de la nueva alianza, la fiesta de bodas, que excluye toda tristeza y manifestación de duelo. El ayuno es eso, expresión de duelo, lo cual es incompatible con la nueva relación con Dios, que es de alegría, la alegría de la salvación. Por eso no pueden hacer duelo (ayunar). Sin embargo, señala «un día», el día de su muerte («cuando les arrebaten el novio»), en el que sus discípulos sí harán duelo. Pero solo será un día, porque él no permanecerá muerto, resucitará.
Las expresiones de piedad deben atenerse al viejo aforismo según el cual la praxis de la oración debe ser coherente con la vida de fe («lex orandi lex credendi»). Esto vale no solo para los diferentes ejercicios de piedad, sino, sobre todo, para su contenido. Es lo que se deriva de la respuesta de Jesús. A pesar de la exigencia de solidaridad y de justicia que aparece en el texto de Isaías, los evangelistas nunca echan mano de él para justificar el ayuno, porque la concepción misma de ese ejercicio no es acorde con la nueva relación con Dios. El ayuno, pues, tiene valor como ejercicio humano para fortalecer la voluntad y el dominio de sí, como praxis sanitaria para conservar o defender la salud física, y, sobre todo, como expresión de solidaridad con los que sufren (huelga de hambre, protesta contra la injusticia, lucha contra el hambre), pero no cualifica la relación del hombre con Dios, «porque al fin y al cabo no reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la honradez, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo» (Rm 14,17). «No será la comida lo que nos recomiende ante Dios: ni por privarnos de algo somos menos, ni por comerlo somos más»(1Co 8,8). Pero sí el amor y sus manifestaciones, a mayor amor, más «hijos» de Dios.
El ayuno propuesto para la cuaresma debe ser de inspiración y de expresión acorde con la buena noticia y la nueva alianza. Por eso, además de libre e interior, debe ser alegre (cf. Mt 6,17-18), con la dicha de las bienaventuranzas.
Feliz viernes.