VATICANO, 17 Oct. 17 / 05:02 am (ACI).- En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 17 de octubre, el Papa Francisco hizo un llamado a no caer en la “insensatez” que consiste en la incapacidad de escuchar la Palabra de Dios, y que lleva a la corrupción.
Siguiendo la lectura del Evangelio del día y de la primera carta de San Pablo a los Romanos, el Santo Padre identificó a 3 grupos citados en el Evangelio como “insensatos” por dejarse arrastrar hacia la corrupción.
Por un lado, señaló a los doctores de la Ley, “que se vuelven corruptos porque se preocupaban de hacer bellas las cosas por fuera, pero no por dentro, donde surge la corrupción”. Eran “corruptos de la vanidad, de la apariencia, de la belleza exterior, de la justicia exterior”, explicó el Papa.
En segundo lugar, el Pontífice citó a los paganos, “corruptos de la idolatría, que cambiaron la gloria de Dios por la de los ídolos”. Francisco señaló que esta corrupción se da también en el mundo actual, con idolatrías de hoy como el consumismo, o tratar de construir un dios cómodo.
Por último, también como insensatos que caen en la corrupción a aquellos cristianos que se dejan corromper por la ideología, aquellos que dejan de ser cristianos para convertirse en “ideólogos del cristianismo”.
Esta insensatez mostrada por estos tres grupos consiste en “no escuchar, en una incapacidad para escuchar la Palabra, cuando la Palabra no entra porque no la dejo entrar voluntariamente, porque no la escucho”.
“El insensato no escucha –afirmó el Santo Padre–. Piensa que escucha, pero no escucha. Siempre hace lo que quiere y por eso la Palabra de Dios no puede entrar en su corazón y elimina todo lugar para el amor. Y si finalmente entra, entra descafeinada, entra transformada por mi visión de la realidad. Los insensatos no saben escuchar. Esa sordera es la que les lleva a la corrupción. Si no entra la Palabra de Dios, no hay lugar para el amor y, finalmente, no hay lugar para la libertad y lleva a la esclavitud”.
El Papa, finalmente, invitó a los presentes a preguntarse: “¿Escucho yo la Palabra de Dios? ¿La dejo entrar?”.