El padre Roberson Acosta, director de la Escuela Parroquial de Catequistas (Espac) de nuestra Diócesis, preparó para la familia diocesana un interesante artículo sobre el inicio del Adviento y la importancia que los católicos le debemos dar al nuevo año litúrgico. Nos muestra cómo no celebramos fechas, sino el misterio salvador de Jesús a través de la liturgia. Y que la misma alegría que manifestamos al iniciar un nuevo año civil la deberíamos sentir al comenzar un nuevo año litúrgico. Comparte y evangeliza.
ATEMPORALIDAD Y TIEMPO
Por: Pbro. Roberson Acosta Álvarez
Este día sábado concurren, al mismo tiempo, dos días, dos días en un día para decirlo de forma más precisa; celebramos dos acontecimientos. Hasta las 11:59, el sábado de la semana XXXIV del Tiempo Ordinario, último día del año litúrgico A; y a partir de las 12:00, por ser ya domingo, inicio del primer domingo de Adviento, primer día del nuevo año litúrgico 2018, ciclo B. Para los católicos, a quienes nos rige el calendario litúrgico y de la fe de la Iglesia, aunque por estar en el mundo, seguimos el calendario civil, hoy es nuestro primer día del año. A partir de esa hora y durante todo el día de mañana, deberíamos celebrar, no sólo en los templos sino en las casa, del mismo modo, con las mismas ganas y ceremonias con que celebramos el primero de enero.
Esta maravillosa bisagra de hechos celebrativos del misterio de Jesucristo, sólo puede ser posible, por la maravillosa revolución del concepto y sentido del tiempo, iniciado por el Dios histórico revelado a los judíos. El Señor manifestado a ellos, no por medio de truenos o rayos, sino a través de sus acontecimientos históricos y cotidianos; revelación llegando a su plenitud y absoluta manifestación en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.
Porque en efecto, desde el momento del Sí de María a las palabras del ángel, Jesús no solamente se encarnó en su vientre, sino en la espacio temporalidad de la “carne histórica”, de la historia concreta y diaria de los hombres y, por la entrega obediencial de su vida en la cruz y el derramamiento de su sangre, instauración e institución de parte de su Padre de su señorío sobre toda cosa creada. El Cronos, conteo del tiempo cronológico, ahora es el Kairós, tiempo en que acontece y está aconteciendo, por obra del Espíritu Santo, nuestra historia de salvación, de gracia y bendición. Por tal razón, los cristianos bautizados en la fe católica, ungidos sacramentalmente, constituidos en sacerdocio común por el sacramento pórtico de la vida cristiana, somos y seremos, atemporales en el tiempo. Nuestros pies pisan y caminan los senderos de los hombres, ciertos en que dichos caminos, son los caminos en donde forjamos tanto redención diaria como nuestra bienaventuranza futura.
Esta revolución divina, sin inventar un nuevo tiempo, ni abstraernos a los cristianos de las realidades temporales de los hombres para arrastrarnos a una especie de universo paralelo, sino operando, oculto y manifiesto, en el mismo cómputo de años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos del calendario humano. Dicha “encarnación” del tiempo del Señor en el tiempo de los hombres, sin violentar la libertad humana ni suplir su voluntad y cooperación en la transformación del mundo, encuentra su plena y perfecta concreción, celebración y acción sacramental en la acción litúrgica celebrada en la Sagrada Eucaristía, diaria y dominical. Efectivamente, cuando nos reunimos en asamblea litúrgica para la actualización, bajo las especies sacramentales de pan y vino, de la memoria redentora de Jesús en la cruz, comer su Cuerpo y beber su Sangre, celebramos lo que cotidianamente acontece. En ese lugar sacramental, Cristo, Señor del tiempo y de la historia, hecho memoria real y sacramental, amorosamente irrumpe en nuestra circunstancia espacio temporal para comunicarnos nuevamente toda su potencia salvadora.
Así, la liturgia, el Año Litúrgico con sus tiempos Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Ordinario, para ser más exactos, es la circunstancia y momento de gracia concreto en que vivimos y celebramos nuestra maravillosa realidad, atemporales en el tiempo. Así, ella no celebra fechas, sino el misterio salvador de Jesús. Gracias a ello, por ejemplo, también este año, el domingo 24 de diciembre, viviremos algo semejante. Durante el día y hasta la caída del sol celebraremos el IV domingo del Adviento y, con la llegada de la noche ese mismo día, con la Vigilia de la Solemnidad de la Natividad el Señor, fin del Adviento, comienzo del tiempo litúrgico de Navidad.
Entremos, pues, con el espíritu alborozado, mente y corazón dispuesto, alma dócil y obediente a la inauguración, apertura y prólogo, de lo que será un nuevo y maravilloso tiempo de salvación.
Feliz nuevo año litúrgico para todos.