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Foto: Pixabay.

En esta pequeña ciudad donde vivimos a la que llegan personas de los distintos lugares del departamento en estas fiestas de Navidad a hacer sus compras, pensaba en esta economía neoliberal que se desarrolla, como en todo el mundo, de manera compulsiva, obsesiva y adictiva; aparece la lógica del marketing, que no está gobernada por la necesidad de satisfacer las aspiraciones existentes en las personas, sino por el anhelo de ampliar la penuria de la oferta y la demanda, suscitando los deseos que están hechos del mismo material de nuestros sueños, y nuestros sueños están hechos de pretensiones, por lo que es factible suscitarlos para articular los infinitos deseos consumistas propiciados por la sociedad de consumo para seducirlos a comprar.

En esta época los cristianos nos asomamos al pesebre a ver al niño, a ver al hombre, al misterio que está más allá de lo que nuestros ojos alcanzan a ver. Navidad es siempre la oportunidad para contemplar la gloria de Dios presente en Jesús hecho hombre, hecho humano; para los de la vieja alianza ver la gloria de Dios producía la muerte; ver a Jesús, su gloria, que brilla en el pesebre, es condición para la vida, es una contemplación que genera una condición para creer; profesar y contemplar al Dios humano y su gloria que ilumina al mundo es hacernos libres para decidir ser hijos de Dios. Si tenemos la libertad para tomar esta decisión, ésa es la más preciada y trascendental de las libertades, es igual a determinar nuestro futuro como creyentes, a veces la de otros.

Ha desaparecido la distancia entre Dios y el hombre, por eso Navidad es cercanía, es parte de su esencia; la gloria de Dios que brilla en Jesús en extensión e intensidad es la misma que posee el Padre. Jesús, Dios entre los hombres, manifestado en la carne humana, brilla en medio de la humanidad como nuevo resplandor. Quienes lo recibimos llegamos a ser hijos de Dios. Así Dios NO sustituye a sus hijos, sino que los capacita para su propia actividad: construir una sociedad fraterna, confiada y solidaria.

El ser hijo de Dios nos da una calidad de vida que potencia nuestro ser y nos permite realizar entre los hermanos el proyecto de Jesús que siempre nos hace pensar: el hombre posee una inmensa capacidad para predecir, planear y crear que está a la raíz de nuestra elección.

La Navidad nos permite ver el Misterio en toda su profundidad, el hombre siendo hijo de Dios puede entender ¡qué significa una existencia plenamente humana! Ahí nos lleva precisamente la Navidad. El Niño del pesebre es un gran signo para la sociedad en la que nos ha tocado vivir, donde los pobres aparecen como los que no pueden ofrecer nada a cambio en la sociedades basadas en el juego del intercambio, en el juego de la reciprocidad que consiste en dar con tal de poder recibir. En este tipo de sociedad corremos el riesgo de negar la verdad del pesebre cuando queremos convertirlo todo en un producto negando la esencia, la condición de ser hijo de Dios.

Pbro. Ramón González Mora
Vicario de Administración
Diócesis de Sincelejo
Diciembre de 2019