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Sincelejo, 22 de julio de 2024

De la Diócesis de Sincelejo para el pueblo sucreño.

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, desde nuestra querida Sincelejo, alzamos la voz en un momento crucial para nuestra sociedad sucreña y colombiana. No somos ajenos al dolor que nos embarga, ni a la urgencia que nos llama a actuar. La violencia, como un veneno silencioso, se ha infiltrado en los rincones de nuestras calles y corazones. Pero no podemos quedarnos en la pasividad. No podemos permitir que la indiferencia nos ate las manos.

Inspirados en las palabras del apóstol Pedro, nos apartamos del mal y buscamos el bien. Corremos tras la paz, sabiendo que es un don divino y un anhelo profundo de nuestro pueblo. No es solo la ausencia de conflictos armados; es la armonía que anhelamos en nuestras familias, en nuestras calles, en cada rincón de nuestra tierra.

Como Iglesia, promovemos el perdón, la reconciliación, la verdad y la justicia. No son palabras vacías. Son acciones concretas que transforman realidades. Invitamos a nuestros líderes políticos y sociales a mirar más allá de las agendas partidistas. La reconciliación y la justicia deben ser el motor que impulse nuestras decisiones. No se trata solo de leyes, sino de cómo las aplicamos en la vida cotidiana.

Lloramos las muertes violentas, como la del querido docente Armando Rivero Manjarrez. Cada vida segada es un grito que nos despierta. Pero también es una oportunidad para cambiar el rumbo. No podemos seguir usando eufemismos. No es solo un “problema de orden público”. Es la vida de nuestros hermanos y hermanas. Es la dignidad ultrajada. Es la sociedad quebrada que debemos reconstruir. Necesitamos replantearnos la convivencia. Desactivar los mecanismos de la mentira y la violencia. La persona humana debe ser el faro que guía nuestras decisiones. No importa cuán oscuro parezca el camino; siempre hay una luz que nos llama a la esperanza.

Hermanos y hermanas, no somos espectadores pasivos. Somos actores en esta trama de vida y dignidad. Que nuestras acciones hablen más fuerte que nuestras palabras. Que la paz no sea solo un anhelo, sino una realidad tejida por nuestras manos unidas.

En oración, elevamos nuestra voz al Dios de la vida. Que nos ayude a ser agentes de cambio, a construir puentes donde hay abismos, a sembrar esperanza donde hay desolación.

Este mensaje no es solo un papel escrito. Es un eco que reverbera en nuestras almas y en las calles, en los caminos, en las rutas fluviales, en las trochas de nuestro querido departamento de Sucre.