PRIMERA LECTURA
Se dedicaban a la oración en compañía de María, la madre de Jesús.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 12-14
Después que Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron, a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
SALMO RESPONSORIAL Jdt 13, 18bcde. 19
R./ ¡Tú eres el honor de nuestra raza!
Que el Dios altísimo te bendiga, hija mía, más que a todas las mujeres de la tierra; y bendito sea el Señor Dios, creador del cielo y de la tierra.
Nunca olvidarán los hombres la confianza que has demostrado y siempre recordarán el poder de Dios.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO
Aleluya
¡Eres feliz, santa Virgen María, y digna de toda alabanza; de ti nació el sol de la justicia, Cristo, nuestro Dios! Aleluya.
EVANGELIO
Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.
La reflexión del padre Adalberto Sierra
Asociar la maternidad de María al ser de la Iglesia significa explicitar el papel que la madre del Señor tiene en relación con la comunidad de su Hijo. Es preciso tomar nota de las formas como María es mencionada en los evangelios, menciones que son bastante sugestivas:
• «María, la madre de Jesús». Se dan su nombre propio y su papel maternal. Se refiere a la persona histórica en su relación con el Jesús histórico. Su mención en Hch 1,14 tiene esa función.
• «La madre de Jesús» (o «su madre»). Se indica la función maternal sin dar un nombre personal. Se refiere, ante todo, al pueblo de Israel en cuanto origen étnico de Jesús, visto como «madre».
• «La madre del Señor». Con o sin indicación del nombre propio. Se refiere a María como madre del Mesías y figura de la Iglesia. El título de Jesús glorioso («Señor») no admite ambigüedades.
En el evangelio de Mateo, la madre de Jesús «el Mesías» (cf. 1,16.18) personifica la comunidad cristiana en su adhesión de fe («virgen»), y reina-madre de Jesús en el lugar donde se encuentra él en su condición de «rey» (cf. 2,11: «la casa»). En el de Marcos solo aparece en su vínculo con el Jesús histórico (y de forma despectiva), en un pasaje en donde se excluye su vínculo con José, y se lo vincula con otros parientes de los que se afirma que lo «desprecian» (cf. 6,3). En Lucas, aparece como figura de la Iglesia (cf. 1-2). En Juan, es figura del Israel fiel y, finalmente, entregada como «madre» de la comunidad cristiana, figurada en el discípulo amado (cf. 19,25-27). Dejamos aparte las menciones en Juan de «la madre» o «su madre» sin indicación de su nombre propio.
1. Primera lectura (Gén 3,9-15.20).
Hay tres actores en el relato: Dios, protagonista, el hombre (varón y mujer) y la serpiente. Dios es llamado «el Señor», nombre de quien sacó a Israel de Egipto. Actúa como juez que establece las responsabilidades y fija sanciones. El hombre (varón y mujer) siente temor, pues se descubrió desnudo, y por eso se esconde de Dios; pero los que antes eran «una sola carne» y «no sentían vergüenza» por su desnudez ahora están avergonzados, divididos y enfrentados.
El Señor establece que el temor, la ocultación y la vergüenza tienen una sola explicación, haber «comido» del árbol prohibido, es decir, haber hecho caso omiso de la advertencia que él les hizo. Cada miembro de la pareja rehúye su responsabilidad, hasta cuando la mujer denuncia que fue «la serpiente» la causante del fatal engaño. «Serpiente» (נָחָשׁ) suena semejante a «vaticinio» (נַחַשׁ), lo que sugiere que la «serpiente» representa el falso profeta, de boca ponzoñosa, y que priva de la vida a quien acepta sus mentirosas palabras (así aparece en Mt 23,33).
La serpiente es «maldita entre las bestias» (las «bestias» representan a los opresores), arrastrarse sobre el vientre es más que reptar, así como morder el polvo, ambas expresiones son metáfora de perenne derrota (cf. Miq 7,17). Así que la hostilidad entre los falsos profetas y sus discípulos, de un lado, y la mujer y su descendencia (la humanidad), del otro, se resuelve a favor de la mujer y su descendencia. El nombre de «la mujer» es Vitalidad; su prevalencia está más que asegurada.
1. Primera lectura (Hch 1,12-14).
Antes de su ascensión, Jesús les encargó a los discípulos no alejarse de la ciudad y esperar a que se cumpliera la promesa del Padre, el don del Espíritu Santo. Pero, después de la ascensión, ellos regresaron a Jerusalén. Hay que observar: Jesús les indicó no alejarse de Ἱεροσόλυμα (nombre civil), pero ellos volvieron a Ἱερουσαλήμ (nombre religioso), «la distancia que se permite caminar un día sábado». Con esto Lucas quiere subrayar que ellos siguen apegados a los ideales patrios, a pesar de que Jesús resucitó y que así fue respaldado por el Padre, en contra de las autoridades que lo sentenciaron y ejecutaron. Y regresaron al Templo («la sala de arriba, donde vivían»).
Hay tres grupos: los Once, las mujeres y María, y los parientes de Jesús. Los Once han seguido a Jesús, pero, como Judas lo traicionó, el grupo quedó incompleto y ya no representa al pueblo de Israel. Las mujeres han venido acompañándolo y apoyándolo después de haber sido «curadas» por él (cf. Lc 8,1-3), son las mismas «mujeres que lo habían acompañado desde Galilea», que se mantuvieron a distancia de la cruz, «viendo aquello» (cf. Lc 23,49); ellas mismas presenciaron la sepultura del cuerpo de Jesús y guardaron el reposo sabático (cf. Lc 23,55-56). Por último, ellas, pasado el sábado, fueron al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús, y se encontraron con los «dos hombres con vestiduras refulgentes» (Moisés y Elías: la Ley y los Profetas) que les dieron la buena noticia de la resurrección, noticia que ellas anunciaron «a los Once y a los demás» (cf. Lc 24,1-10). Entre ellas, la única que tiene nombre es «María, la madre de Jesús», que no aparece en las listas anteriores, porque ella es la «bendita entre las mujeres» (cf. Lc 1,42), la «dichosa por haber creído» que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor (Lc 1,45).
Esa fe es la que distingue entre todos a «la madre de mi Señor» (Lc 1,43).
2. Evangelio (Jn 19,25-34).
El texto presenta de dos formas la comunidad cristiana, y de tres la figura de María.
María es presentada como «la madre de Jesús», «hermana de María Magdalena e hija de Cleofás» y, finalmente, «la madre». En cambio, la comunidad cristiana aparece primero en figura femenina («María Magdalena»), y después en figura masculina (el «discípulo predilecto»).
Por ser «madre de Jesús» está con él junto a la cruz. Su solidaridad con el crucificado supera los temores y la vergüenza que sentían los cercanos a este tipo de condenados a muerte. El vínculo de la maternidad es inquebrantable. Tiene una historia: por ser «la (hija) de Cleofás» y hermana de «María Magdalena», se entronca con su pueblo, al cual representa, con vínculos de solidaridad. Como (hija) de Cleofás (Clopás: κλέος πατρός, קלוֹפָא), es «de origen noble»; en cuanto «hermana» de María Magdalena, participa en igualdad de condiciones de la misma pertenencia al pueblo.
Esa fidelidad la acredita como «la madre» (cf. Gén 3,20; Jn 19,26), es decir, la remite a la primera creación y la refiere a «la mujer» (cf. Gén 3,15; 19,26) que sigue en permanente hostilidad con la serpiente, la que por sus dolores y sufrimientos (cf. Gén 3,16) da a luz un nuevo hombre para el mundo (cf. 16,21). Así, ahora se remonta a la «mujer» que es «madre de todos los que viven» (Gén 3,20), pero aquí se trata del estreno de una nueva creación: la nueva humanidad (cf. 1,13).
Finalmente, el mutuo encargo, a la «mujer» y al «discípulo predilecto» abre el horizonte a cierto tipo inusitado de maternidad: se trata de una maternidad y de una filiación aceptadas en razón de la propuesta de Jesús en la cruz y que se verifica por la acción del Espíritu. La «mujer-madre» aceptó al «discípulo predilecto» (discípulo modelo) como hijo, y este «la acogió en su casa» como su madre. Esto acontece «desde aquella hora», la hora anunciada primero a su madre (cf. Jn 2,4), la hora de entregar el Espíritu como herencia del Padre para la nueva humanidad (cf. Jn 19,30).
La maternidad eclesial de María supera los vínculos de la carne y de la sangre para abrirse a una nueva generación, a una nueva familia, a una nueva relación. Por la acción del Espíritu Santo en ella, comienza en sus entrañas la nueva humanidad, personificada por Jesús, y así ella se abre a la nueva maternidad, que se da gracias a la fe. La maternidad de María no es «según la carne», sino «por obra del Espíritu Santo», es decir, no biológica, sino espiritual.
Esa es la maternidad de la Iglesia, que se da por la fe en la buena noticia anunciada y aceptada, por el amor que engendra nuevos hijos nacidos «de agua y de Espíritu» (Jn 3,5), o sea, el hombre-espíritu (cf. Jn 3,6), por los sacramentos, que manifiestan públicamente esa fe, y por el pastoreo amoroso que ejerce en favor de los discípulos predilectos que el Señor le confía.
En la celebración de la eucaristía el rostro materno de María se identifica con el de la Iglesia al «dar a luz» a Jesús en el sacramento del pan «para que el mundo viva» (cf. Jn 6,51).