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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Viernes de la tercera semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles  9, 1-20

Saulo, que respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres.

Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”

Él preguntó: “¿Quién eres Tú, Señor?”

“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, le respondió la voz. “Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer”.

Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.

Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: “¡Ananías!”

Él respondió: “Aquí estoy, Señor”.

El Señor le dijo: “Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. Él está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista”.

Ananías respondió: “Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre”.

El Señor le respondió: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre”.

Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: “Saulo, hermano mío, el Señor Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”.

En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado.  Después comió algo y recobró sus fuerzas.

Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.

SALMO RESPONSORIAL    116, 1. 2

R/. ¡Vayan por el mundo y anuncien el Evangelio!

¡Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos!

Porque es inquebrantable su amor por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO       Jn 6, 56

Aleluya

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    6, 51-59

Jesús dijo a los judíos:

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”

Jesús les respondió:

“Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.

Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

En el mensaje de hoy y en el de mañana se da un salto de diecisiete versículos que se resumen a continuación. Antes de Felipe, Samaría tenía otro líder, Simón el mago, un personaje que tenía abobada («pasmada») a la vecindad dándoselas de mucho («Grande»). En 8,12 se dice de modo explícito que la gente le daba fe a Felipe, no se menciona la fe a Jesús. Felipe bautizó masas, pero no hubo efusión del Espíritu. Simón recibió el bautismo así, sin haberse convertido.
Los de la Iglesia de lengua hebrea tomaron cartas en el asunto enviando a Pedro y a Juan. Estos oraron por ellos (pidieron la bendición de Dios sobre los que habían roto con su pasado: cf. Hch 4,24-31) y les impusieron las manos (personalizaron la adhesión de cada uno a Jesús). Se corrigió el fenómeno de masas propiciado por Felipe. Pero Simón interpretó todo esto en clave de magia, porque él no había roto con sus antiguos valores; por eso, pretendió hacerse a ese «poder» –así lo entendió él– con dinero. Pedro lo conminó y él se arrepintió con llanto, como el mismo Pedro lo había hecho, y se convirtió.
Hay que preguntarse por qué Jesús tiene más admiradores que seguidores, por qué resulta más fácil alabarlo que seguirlo, y a qué se debe que sea más recurrente verlo como Hijo de Dios que como el Hijo del Hombre.

1. Primera lectura (Hch 8,26-40).
Lucas le da una nueva entidad a la antigua figura del «Ángel del Señor». Ahora representa a Jesús resucitado que, al encontrarse una persona prisionera, la «saca» de su encierro y la conduce a su éxodo personal. Cuando ya esa persona está abierta, disponible a la gracia de Dios, interviene el Espíritu del Señor. Y entonces llama a Jesús por su nombre, acentuando su acción salvadora. La expresión «ángel del Señor» (מַלְאַךְ יְהוָה: ἄγγελος κυρίου) denota al mismo Señor en cuanto libera y protege al justo y le hace justicia frente al opresor (cf. 12,7.23); era una manera de decir que la reivindicación del justo constituye la ruina de su opresor. Sin embargo, en este libro esta figura muestra la victoria de Jesús sobre la muerte y sobre toda forma de dominio de los seres humanos.
Por eso, ante el desconcierto que padece Felipe, el Ángel del Señor lo llama a levantarse de su postración y a dirigirse hacia el sur, a Gaza («Tesoro»). El tesoro es un negro (otra raza) etíope (otro pueblo) eunuco (sin progenie ni futuro) que quiere encontrar en la Escritura judía respuesta a sus inquietudes. Como ya Felipe está abierto, el Espíritu le habla y Felipe responde «corriendo». Entabla un diálogo con el eunuco a partir de lo que se refiere a Jesús en dicha Escritura (cf. Lc 24,27.44). Habla del Mesías rechazado y de la razón de su rechazo. Mostrando libertad para citar la Escritura (cf. Lc 4,18-19), suprime el versículo que hablaba del «perdón de los pecados de su pueblo», porque el perdón que se ofrece en Jesús no se limita a Israel (cf. Lc 24,47). Ahora Felipe no anuncia «al Mesías» (v. 5), sino «la buena noticia de Jesús».
El bautismo del eunuco transforma la vida de ambos. El códice Beza lee así: «El Espíritu del Señor bajó sobre el eunuco y el Ángel del Señor arrebató a Felipe». El eunuco ya es cristiano, y su vida estéril cobra fecundidad. Un pueblo muerto, sin esperanza, tiene despejado su futuro, es un verdadero tesoro. Felipe va a parar a una ciudad totalmente pagana (Azoto) y allí funda una comunidad de la que recibiremos noticias más adelante (cf. 21,8). Y de este modo termina aquí el aprendizaje del evangelizador Felipe. Ha completado su éxodo personal.

2. Evangelio (Jn 6,44-51).
El leccionario omite los versículos 41-43, en donde se muestra el obstáculo que los sometidos al régimen oponen a la fe en Jesús: su condición humana. Ellos no son capaces de descubrir por sus obras de amor el Espíritu de Dios que habita en él y que lo hace presencia de Dios.
Jesús se desentiende de la crítica y de la polémica, pero les denuncia la razón de su renuencia a creer: solo quien deja que el Padre lo encamine hacia Jesús llega a creer en él. Es decir, solo quien concibe a Dios como «Padre» (fuente de vida) da su adhesión a Jesús. De otro modo, podría ser un simpatizante (en el mejor de los casos) o un opositor, pero nunca un adherente. Si su actividad a favor de los débiles y excluidos no los interpela, ni siquiera en Dios están creyendo.
Los fariseos sostenían la doctrina de la resurrección, pero como consecuencia de la observancia de la Ley, y la entendían y explicaban como un retorno a la vida anterior a la muerte. Jesús dice que la resurrección es fruto de la fe en él, y que se deriva del Espíritu que él ofrece y da.
Reformula y corrige la afirmación de los profetas (cf. Isa 54,13 y también Jer 31,33-34):
• El que enseña es el Padre, no –como dice Isaías– «el Señor» (יהוה).
• Los discípulos son «todos» (la humanidad), no solo los israelitas.
• Lo que el Padre enseña es a creer en Jesús, no a observar la Ley.
El Padre no selecciona a unos privilegiados, se dirige a todos. Todo el que aspira a la plenitud de vida (realización, felicidad) e impulsa en otros esta misma aspiración, aprende de él. Al Padre no se lo puede conocer directamente, pero Jesús es su más cabal explicación (cf. Jn 1,18).
El que le da su adhesión a Jesús se hace hijo de Dios como él y posee ya la vida definitiva. Ahora él se contrapone al maná, no por su origen, sino por su efecto: el maná no evitó que murieran los que lo comieron. También se contrapone a la Ley, porque ella no da la vida eterna, es él quien conduce a la «tierra prometida», al cielo. Se contrapone, por último, al cordero pascual: él es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», cuya sangre (el Espíritu) libera de raíz, y de verdad, al ser humano. Pero es su «carne» (su realidad humana histórica) la que da el acceso al Espíritu y a la libertad interior que de él procede. Por eso, ahora iguala el pan con su carne, para significar que la humanidad tendrá vida verdadera en la medida en que asimile la realidad humana del Hijo del Hombre, mortal y sujeta a penalidades y al rechazo, pero verdadero «alimento».

La auténtica evangelización es doblemente liberadora: rompe las cadenas del evangelizador y del evangelizado. Y es también doblemente salvadora: infunde vida plena en el evangelizado y en el evangelizador. Jesús «saca» de las prisiones mentales, permite así la apertura al Espíritu Santo, y ambos, Jesús y el Espíritu, conducen a la experiencia de salvación compartida. La obra liberadora de Jesús (el nuevo «éxodo») toma el puesto de la preparación del camino del Señor que antes de la predicación de la buena noticia se le asignó a Juan Bautista.
Es necesario evitar cierta idealización de Jesús que induce a un «pietismo» inocuo y socialmente irrelevante. Jesús es Dios como el Padre –ciertamente–, pero el culto que ambos esperan («con espíritu y verdad», o sea, con amor leal) no consiste en un ritual ceremonioso sino en la praxis del mismo amor servicial que él demostró (cf. Jn 13,15.34). La celebración de la eucaristía tiene rito y ceremonia, pero la eucaristía es más que eso, es «memorial» del Señor. Quedarnos en la precisión del ritual o en la belleza del ceremonial sería traicionar la memoria del Señor. Hay que volver a la vida ordinaria con el impulso de la vida eterna que dimana del Señor resucitado.

Detalles

Fecha:
6 mayo, 2022
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